El pasado 16 de febrero, en una demostración de que la lucha contra los pederastas en la Iglesia Católica va en serio, el papa Francisco excluyó de manera oficial al excardenal estadounidense Theodore McCarrick, de 88 años de edad, quien abusó al menos de un adolescente hace cerca de 50 años. La decisión del Vaticano es la primera de ese tipo en la historia, pese a que las denuncias en contra de sacerdotes abusadores vienen de varias décadas atrás. Este caso resulta un elocuente preámbulo de la cumbre contra la pederastia que se llevará a cabo a partir de hoy y hasta el domingo en el Vaticano, de la que se esperan resultados concretos.
Todos los presidentes de las 113 conferencias episcopales del mundo participarán en la reunión, en la que se abordarán la responsabilidad de los agresores y de quienes mantuvieron silenciados tales abusos sexuales a menores. Estarán presentes, así mismo, superiores de las congregaciones y grupos de víctimas de curas pederastas. Para llegar a esto fue necesario que salieran a la luz los escándalos del clero en los Estados Unidos, México, Chile, Australia, Alemania o Irlanda, que golpearon de manera tan fuerte la credibilidad de la Iglesia Católica, para que por fin se tomaran cartas en el asunto.
La Santa Sede está virando, entonces, hacia el principio de tolerancia cero con la pederastia, algo que se le venía reclamando desde hace mucho tiempo y que debe conducir a que cesen los abusos de menores de edad por miembros del clero. No basta con hallar a los culpables de casos ocurridos en el pasado, sino que es necesario prevenir para que no sigan ocurriendo en ninguna parte del mundo. Lo principal es darles la cara a las víctimas, admitir la culpa, pedir perdón y luchar para que no suceda de nuevo.
El propio jerarca católico, en una carta al Pueblo de Dios, luego de la publicación en agosto pasado del Informe del Gran Jurado de Pennsylvania (Estados Unidos), con documentación de 300 supuestos casos de sacerdotes depredadores sexuales, manifestó: "Mirando hacia el pasado, nunca será suficiente lo que se haga para pedir perdón y buscar reparar el daño causado". Así que el compromiso de la Iglesia Católica en este sentido debe ser a fondo, para que no termine siendo solo el resultado pasajero del interés puesto por Francisco, sino que quienes lleguen al Vaticano en el futuro consoliden dichas medidas y cesen, por fin, los abusos.
Este es un desafío urgente, ya que el año pasado se dobló el número de denuncias contra prelados, que aprovechando sus posiciones de poder, pisotearon la dignidad de numerosos niños. En un solo año, cerca de 900 nuevos casos expuestos ante la Congregación para la Doctrina de la Fe, generan gran preocupación. Tal vez el principal obstáculo a vencer en este caso es el secretismo, muy arraigado en la cultura de los sacerdotes; el encubrimiento es lo que hace que los casos se multipliquen sin que nadie tome medidas. Si bien este encuentro está enfocado en la necesaria protección de los niños, también es clave que el papa empiece a admitir, como lo hizo a comienzos de este mes, que también hay graves denuncias de abusos sexuales de sacerdotes y obispos a monjas, que deben ser investigados y sancionados.
La Iglesia, en todos sus niveles, debe colaborar así mismo para que estos delitos sean castigados por la justicia ordinaria de los distintos países, y así los sacerdotes y obispos implicados puedan ir a prisión y tener el trato de cualquier otro depredador sexual, que en su caso es agravado.
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