Alrededor del devastador terremoto del pasado martes en México, que deja cerca de 300 personas muertas, se ha visto un gran movimiento de solidaridad en el que organismos de rescate, vecinos y toda clase de colaboradores espontáneos siguen buscando posibles sobrevivientes y trabajando para regresar a un escenario de cierta normalidad. Las imágenes inspiradoras mostradas por los medios dan cuenta del espíritu de ayuda y de la manera como las comunidades se sacrifican para dar campo a la esperanza. Si no fuera por el infundado rumor de la existencia de la supuesta niña Frida Sofía bajo los escombros de una escuela, no habría lunar en las operaciones de rescate, las cuales permitieron sacar con vida a cerca de 50 personas de entre los escombros.
También ha sido destacable el orden en dichas labores, con cadenas de personas que agilizan la evacuación de escombros de las 32 edificaciones colapsadas y la cooperación general, lo cual corresponde a los aprendizajes que los mexicanos han tenido debido a su vulnerabilidad frente a los sismos, y lo cual ganó gran espacio después del terremoto de 8,1 grados en la escala de Richter del 19 de septiembre de 1985, y que se reconfirma ahora con el sismo de 7,1 grados de la misma fecha de este año, precisamente cuando se cumplían 32 años de aquella tragedia en la que murieron cerca de 12 mil personas.
En ese sentido es mucho lo que tenemos por aprender de los mexicanos, más si se tiene en cuenta que Colombia se encuentra en una zona de constantes sismos, y que nuestra región ha tenido una historia de movimientos de tierra que, si bien no se pueden comparar con las magnitudes que alcanzan en Chile o Centroamérica, sí constituyen un riesgo permanente frente al cual debemos prepararnos de mejor manera. Ya situaciones como las vividas en 1962 y 1979 en Manizales nos han mostrado la vulnerabilidad en la que nos encontramos, y los hechos de Armenia del 25 de enero de 1999 confirman que se requiere una bien cimentada cultura frente al riesgo.
La toma de consciencia ante la realidad sismológica en la que vivimos tienen que llevarnos a revisar el cumplimiento riguroso de las normas de sismorresistencia en el sector de la construcción, y si nuestras edificaciones antiguas y recientes estarían en condiciones de mantenerse en pie si ocurren liberaciones de energía tan potentes como las que se vieron esta semana en México. No se trata de generar alarma, pero siempre hay que pensar que en cualquier momento podría darse en nuestra región un sismo de grandes proporciones y el desafío es que los daños sean mínimos, y que no haya víctimas.
Desde el punto de vista educativo y cultural el espejo mexicano es útil para aprender y apropiarse de frases sencillas pero efectivas como “no corro, no grito, no empujo”, que es lo que les enseñan a los niños en las escuelas de manera permanente, para que reaccionen con calma ante los terremotos. Si no fuera por eso, tal vez el número de víctimas del reciente sismo podría ser mayor, ya que su magnitud era suficiente para generar una catástrofe de proporciones mayores. También hay que reconocer, sin embargo, que no en todos los casos se ha apropiado ese comportamiento y que muchos murieron debido a la reacción desordenada de otros.
También nos falta aprender a no hacer eco de falsas advertencias que circulan por redes sociales, acerca de supuestos terremotos inminentes en el futuro. Si bien los organismos especializados en la atención del riesgo en el mundo ya cuentan con herramientas científicas que permiten activar alertas segundos antes de un sismo todavía no es posible detectarlos con tanta anticipación. Esas voces alarmistas deben ser despreciadas y solo estar atentos a que las autoridades informen de manera oportuna. El gran reto que tenemos como sociedad es adoptar conductas que nos preparen mejor ante posibles emergencias de este tipo.
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