En el Hospital Militar, en Bogotá, permanecían ayer los tres soldados liberados el miércoles por el Eln en el departamento de Arauca, entre los cuales está el riosuceño Eduardo Caro Bañol. Al parecer, el parte médico es satisfactorio, tras un mes de haber sido secuestrados por esa guerrilla en el oriente del país. La entrega se llevó a cabo a una comisión humanitaria de la Conferencia Episcopal y la Defensoría del Pueblo, pero todavía se espera que se produzcan hoy las liberaciones de las demás personas que están secuestradas por el Eln, que se calcula en 16 más, entre ellas el policía chinchinense Yemilson Gómez Correa.
Hace un mes, durante su posesión, el presidente Iván Duque les advirtió a los líderes de ese grupo armado ilegal que se tomaría 30 días para analizar la posible continuidad del proceso de paz que venía impulsando con ellos, y tras la reciente liberación de los tres soldados el mandatario ha insistido en que si los elenos aspiran a regresar a la mesa de negociaciones deberán dejar libres a todos los demás ciudadanos que se encuentran en su poder, así como no volver a cometer atentados contra la infraestructura de hidrocarburos en el país.
Tienen mucha lógica esas exigencias del Ejecutivo de ir a la mesa, siempre y cuando haya voluntad evidente de paz en los dirigentes del Eln, voluntad que tiene que concretarse en hechos contundentes que pongan fin al uso del secuestro y de las voladuras de oleoductos, como mínimo. No es imprescindible que se formulen protocolos de entrega de los secuestrados para hacer que estas personas retornen a la libertad; lo único que tiene que hacerse es dejarlas libres en un lugar determinado y avisar a las autoridades dónde quedan, para que se garantice su retorno a la vida cotidiana. Si concretaran un gesto de este tipo, no habría manera de tomar un camino distinto al de continuar las negociaciones, que es lo más sano para el país.
La realidad hoy es que los niveles de violencia han descendido de manera significativa en los años recientes, gracias a que el conflicto armado con las Farc desapareció con la desmovilización y desarme de ese grupo. El ideal sería poder llegar a conclusiones similares con el Eln, y seguir avanzando en desactivar esas viejas confrontaciones que han resultado tan costosas para la sociedad colombiana durante décadas.
Los jefes de esa guerrilla deben comprender que si al Gobierno Nacional no le queda más salida que levantarse definitivamente de la mesa, se habrán perdido todos los avances logrados hasta ahora y tendrá todas las de perder en el campo bélico, como ocurrió con las Farc antes de que la administración de Juan Manuel Santos aceptara la posibilidad de una salida negociada. Eso implicaría que en el futuro, seguramente diezmados, no tendrían los mismos argumentos de negociación que tienen hoy, si es que más adelante se reabren las posibilidades de diálogo, algo que resulta improbable. Lo mejor sería que, sin ambivalencias, se comprometieran hoy a ponerle punto final a esta guerra absurda.
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