Tomó posesión como presidente del Ecuador el licenciado en Administración Pública Lenín Moreno, un hombre de origen humilde, de 64 años, que acompañó a Rafael Correa como vicepresidente entre los años 2007 y 2013, y quien tuvo que exigirse para ganar en segunda vuelta, por estrecho margen, las elecciones en abril pasado.
Moreno sucede a Rafael Correa, el presidente que más tiempo ininterrumpido ha permanecido en la presidencia de ese país durante toda su historia republicana, y quien deja una impronta muy particular en la forma de ejercer el poder, pero al mismo tiempo muy diferente al estilo que Moreno quiere imponer.
Aunque Moreno fue el candidato de Correa, por quien se jugó a fondo en la campaña de elección, las personalidades de ambos son bien diferentes. Mientras Correa es amigo de la confrontación y de los protagonismos, Moreno ha dicho que le gusta más pasar inadvertido, “al estilo europeo” dice, y por ejemplo anunció que no habrá más Enlace Semanal, un espacio sabatino que usaba Correa para comunicarse y hacer anuncios de su gobierno.
Recibe Moreno un país que ha tenido importantes avances en la construcción de infraestructura, algo que envidiamos hoy los colombianos, y un destacado crecimiento de su economía en la última década, gracias a que allí sí hubo un mejor aprovechamiento de los altos precios de petróleo en su momento. Pero también encuentra una opinión polarizada, ajena al diálogo y con restricciones preocupantes a los medios de comunicación y la libertad de expresión.
En su discurso de posesión, Moreno utilizó un lenguaje conciliador y concitó a todos los ecuatorianos al diálogo y al trabajo común, algo bien recibido por la oposición, que en un principìo había hablado de fraude en las elecciones, pero que luego no se pudo comprobar. Incluso incluyó a un empresario en su gabinete ministerial, con lo que genera confianza entre los gremios productivos.
Consecuente con las promesas de campaña, anunció que mantendrá la dolarización de la moneda, una medida que a la larga le ha traído estabilidad a la economía, y no se encasilló en líneas políticas geoestratégicas, pues no mencionó al Alba ni Unasur en su discurso. No estuvo tampoco Nicolás Maduro en el acto de posesión, lo que puede ser un signo de que no habrá grandes solidaridades con el chavismo.
Con Colombia podremos esperar unas relaciones de respeto y ojalá de mayor intercambio comercial. En este momento se llevan a cabo las conversaciones de paz con el Eln en ese país, y Moreno dijo que seguirá apoyando ese proceso que necesita mostrar avances en el desescalamiento del conflicto, para lograr pronto un acuerdo que termine con esa guerrilla y se integren a la vida civil.
La agenda con Colombia también pasa por el control de las fronteras y la erradicación de los cultivos ilícitos en esa zona, donde debe existir una gran coordinación y trabajo conjunto de ambos ejércitos para no darles ventajas a los narcos que se aprovechan para pescar en río revuelto. No deben existir zonas grises, sino presencia institucional en ambos bordes de la frontera para promover la legalidad.
Para la región es saludable un vecindario que comparta, que trabaje unido, que tenga metas comunes, que complemente sus economías, que dialogue y que promueva intercambios que beneficien a todos. Unas buenas relaciones Colombia-Ecuador redundan en progreso y oportunidades para ambos países, y por lo visto hasta ahora, hay esperanza de que con Moreno se consiga este objetivo.
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