A poco menos de un mes de que Nicolás Maduro asuma el próximo 10 de enero del 2019 su segundo mandato en Venezuela, producto de toda clase de triquiñuelas y movidas dictatoriales con apariencias de procesos democráticos, su lenguaje bélico viene en escalada, con amenazas a Colombia de lanzar "la madre de las guerras", justo cuando llega a ese país una flota de aviones rusos Tupolev 160 que, si bien no son los más modernos, sí constituyen una abierta provocación a nuestro país. Bajo el argumento que desde territorio colombiano se prepara un ataque en su contra para acabar la llamada revolución bolivariana, vocifera a la espera de que haya una respuesta del mismo tipo y justificar así acciones de guerra.
Por eso, lo más sensato es mantener la calma y rechazar solo por vías diplomáticas los ataques que viene lanzando en contra de Colombia. Tiene que ser una diplomacia reposada y contundente que lleve a que se ejerza una presión mundial contra ese régimen autoritario, pero sin permitir que las agresiones nos hagan perder los estribos. El hecho de tener supuestamente de aliado a los Estados Unidos no puede ser usado como escudo, ni puede pensarse que eso ya nos protege de posibles agresiones bélicas. Nuestro papel tiene que ser evitar el conflicto que tanto le conviene a Maduro para tratar de despertar respaldos nacionalistas en el vecino país.
Ya está más que probado que su enfermedad por el poder puede llevarlo a ejecutar cualquier acción, sin importar que eso implique destruir el orden democrático. También está demostrado que poco le interesa el respeto a sus vecinos o a cualquier estado que no comparta su ideología retrógrada y dañina, esa misma que ha llevado a centenares de miles de venezolanos a huir en busca de un mejor futuro fuera de su país, debido a que allí solo son aceptados aquellos que están dispuestos a sacrificarse por el chavismo.
Gracias a esa manía, Maduro está reviviendo la guerra fría en América Latina, con el agravante de que los dos líderes de Estados Unidos y Rusia, Donald Trump y Vladimir Putin, no son propiamente hombres de paz, y poco les importa que pueblos ajenos sufran siempre y cuando sus intereses estén salvaguardados, como se demuestra con lo que ocurre en Siria, por ejemplo. Además, ya se sabe que los aliados irrestrictos de Venezuela son aquellos países que tienen el merecido calificativo de patrocinadores del terrorismo, y son los mismos que también atacan en forma directa las libertades y el espíritu de la democracia, lo que conduce a hechos como el lamentable cierre de la edición impresa de El Nacional, periódico opositor a Maduro que terminó asfixiado por el gobierno.
En esa misma senda diplomática está bien que los Estados Unidos impulse la idea de que la Organización de Estados Americanos (OEA) reúna a su Consejo Permanente y condene la nueva investidura del dictador, elegido hasta el 2025 en una pantomima electoral que no tiene reconocimiento de la mayor parte de los países del mundo. Es un gobierno ilegítimo al que hay que tratar como tal. Nuestro país, con el presidente Iván Duque a la cabeza, tiene el deber de rechazar los groseros ataques de Maduro, pero siempre con un lenguaje que evite el incendio y que aluda a las instituciones internacionales para que asuman posiciones concretas frente a los abusos que se cometen en Venezuela, y que han llevado a cerca de un millón de venezolanos a buscar refugio en Colombia.
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