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Son muchos los momentos amargos que ha vivido Colombia. Desde la mal llamada Patria Boba, periodo que se ha instaurado en el imaginario como una época fallida en la creación de una Nación, pero que otros han sabido ponderar como el momento en que precisamente se empieza a tomar conciencia de que puede haber cambios y en ese proceso se dieron bandazos y errores, pero también aciertos, que luego llevaron a la libertad. Lograda esta, ni el propio Libertador, Simón Bolívar, se salvó de las críticas hasta ser acorralado en la noche septembrina.
Vinieron las guerras de los supremos, la de los Mil Días, la pérdida del territorio de Panamá, la confrontación llevada hasta el desangre entre liberales y conservadores, la pérdida de institucionalidad el 9 de abril de 1948, la asunción del dictador Gustavo Rojas Pinilla y su caída, la negociación entre dos bandos para repartirse el poder durante 16 años. Se sumaron la amenaza de los grupos armados hasta llegar a los amargos episodios del holocausto en el Palacio de Justicia, y luego a confrontar, casi en igualdad de condiciones, a las Fuerzas Armadas a punta de tomas inmisericordes de pueblos y bases militares hasta apoltronarse en las goteras de Bogotá. A esto se añadió el desmadre de los narcotraficantes que quisieron poner de rodillas al Gobierno mediante métodos terroríficos o con guante de seda para aportar inmensos recursos a campañas presidenciales en busca del favor gubernamental.
Esto sin contar la capacidad que llegaron a tener grupos de paramilitares que se las dieron de Estado en varios territorios hasta cooptar el poder y lograr por lo menos el 30 por ciento del Congreso, con aliados o representantes suyos. A todos esos complejos momentos se ha sobrepuesto el país, gracias a la capacidad de resiliencia de sus habitantes, que pueden reconstruir sus vidas. Si los miramos bien, en cada época, estos y otros hechos pusieron en entredicho la institucionalidad y la sensación de derrota que inundó a grandes sectores de la población.
Es muy parecido a lo que está sucediendo hoy. Es evidente que estamos en un momento complejo, en el que varios de quienes deben liderar las instituciones y recuperar la confianza en ellas no han hecho lo necesario para que así sea, y a veces incurren en todo lo contrario. Así deslegitiman la función en sus cargos y siembran cierta sensación de hecatombe, que no suele terminar bien.

El país es superior a sus dirigentes y eso se ha demostrado una y otra vez. Por eso, la polarización de sus dirigentes alimenta en cierto sentido la idea de que estamos en una Nación ingobernable, un resultado muy conveniente para quienes gustan de creer que necesitamos de mesianismos o caudillismos para encontrar una salida. La democracia se fortalece con democracia y esta empieza por entender que somos 45 millones 500 mil colombianos y que todos podemos contribuir con nuestras acciones a corregir el rumbo. Esto empieza por comprender mejor lo que pasa, por acabar con las generalizaciones de que todos somos malos y que vamos derecho a un hueco negro sin salida. La historia nos enseña que no hay nada más alejado de la realidad, pero para lograr esa salida se necesitan ciudadanos que entiendan que todo tiene dos caras y que no se puede andar calificando todo como malo a priori. La ponderación es un talento que escasea en estos tiempos, pero que bien vale la pena poner de moda.