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Colombia conoce esta historia desde el nacimiento del mismo republicanismo. El primero en ser atacado para impedir que se mantuviera en el poder fue Simón Bolívar, en la noche de la conspiración septembrina. Si bien nos cuenta la historia que el mismo Libertador se salvó en esa ocasión, también sabemos que allí empezó a agravarse su tuberculosis que lo llevó a la muerte en Santa Marta. Vino entonces un siglo XIX repetitivo en las guerras por el poder, entre federalistas y centralistas, entre antioqueños y caucanos y entre liberales y conservadores, para terminar con ese baño de sangre conocido como la Guerra de los Mil Días. Pasado este terrible episodio, en 1914 se dio el asesinato con hachuelas del líder liberal Rafael Uribe.
Y la historia continuó. En 1948, el 9 de abril la historia del país se partió en dos para siempre. El asesinato del líder Jorge Eliécer Gaitán, que venía denunciando los asesinatos y matanzas sistemáticas en el campo colombiano a manos de la policía chulavita encendió a Colombia, pero no aprendimos la lección. Después de incendiar los ánimos y tras una dictadura, los partidos Liberal y Conservador firmaron un pacto de burocrática pacificación, con el olvido de minorías que empezaban a crecer y mostrar descontento en Colombia. Por eso, esa cerrazón a la guerra abrió paso a nuevas inconformidades que terminaron en grupos armados contra el Estado, o mejor, contra la tenaza liberal-conservadora.
Llegó entonces el mal que ha exacerbado todo en Colombia, el narcotráfico y fue así como el miedo al posible crecimiento de la izquierda, una paz mal hablada y una ley de amnistía sin resolver asuntos pendientes terminaron en los asesinatos de los candidatos de la Unión Patriótica a la Presidencia de la República Jaime Pardo Leal en 1987 y del manizaleño Bernardo Jaramillo Ossa en 1990, igual Carlos Pizarro Leongómez (1990), amnistiado del M-19. Luis Carlos Galán Sarmiento había sido asesinado un año antes, y su caso sigue sin cerrarse. A Álvaro Gómez Hurtado lo asesinaron en 1995, y su crimen tampoco se ha aclarado. Pero no aprendemos.
Lo que sucede en la actual campaña debería llevar a los líderes que comandan los partidos a reflexionar y hacer un pare. Invitar a la tranquilidad y dar ejemplo de ello. Está muy bien que haya ideas contradictorias en busca de conquistar los votos de los colombianos. De eso se trata la política, de ofrecer alternativas, pero no nos podemos dar el lujo de enardecer los ánimos de los seguidores y de actuar con irresponsabilidad. Lo sucedido a Gustavo Petro en Cúcuta se tiene que investigar pronto y se debe llegar a los responsables de una vez. Las alcaldías no pueden evadir sus responsabilidades en garantizar la seguridad de los candidatos. En Popayán también hubo agresiones contra Álvaro Uribe Vélez, y antes lo había padecido la Farc.

Los ciudadanos tienen derecho a manifestar su descontento contra los candidatos que sea, pero esto no puede pasar de las arengas a las piedras, a la violencia. Encender el verbo contra los otros no se sabe en dónde termina. O sí lo sabemos, ya vivimos una generación de líderes asesinados y Colombia no se merece repetir esa historia. Es hora de que las ideas se sostengan por sí mismas, nunca se ha hecho un mejor país por la vía de la violencia.