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En el momento en el que Manizales sufría un golpe más duro que el de los terremotos o los incendios llegó el arte para reafirmarla como epicentro de cultura. Acababan de desmembrarse Quindío y Risaralda de Caldas. De acuerdo con algunos reduccionistas de la historia, esto sucedió por cuenta de la construcción de Los Fundadores, escenario que sirvió para abrir la puerta a las ideas reformistas que atravesaban el continente y se dio aquí, en esta ciudad señalada de pacata y cerrada. Fue esta capital el escenario perfecto para inaugurar el primer Festival Latinoamericano de Teatro Universitario, que 50 años después sigue siendo el lugar para abrir la conversación en la escena.
Llega a su medio siglo de historia, incluidos los 10 en que se interrumpió porque en algún momento intolerantes temieron que esas ideas no le estaban haciendo bien al país. Por fortuna, el Gobierno de Belisario Betancur, de la mano de Amparo Sinisterra de Carvajal, brindó el apoyo para su reaparición. Son incontables los aliados que le han dado la mano al Festival Internacional de Teatro de Manizales, espacio que permite al mundo saber que desde esta ciudad pequeña se realiza un ambicioso proyecto para la escena, en donde se presentan las mejores obras del mundo, a pesar de los duros recortes presupuestales que la organización ha sufrido en los últimos años.
Llevar adelante esta titánica tarea tiene un responsable, al que no le gusta hacer alarde, pero que indiscutiblemente es el colombiano más influyente en la gestión cultural en el mundo, se trata de Octavio Arbeláez Tobón. El director artístico del Festival es alma y nervio de lo que allí sucede. Su capacidad crítica para escoger las mejores o las más confrontativas obras para traer a Manizales, las redes que ha tejido en diferentes países para sacar adelante el Festival con apoyos internacionales, su entrega a esta causa que le retribuye poco más que satisfacción personal por la simple convicción de que la ciudad necesita de ese tipo de actividades, hacen de este caldense un ejemplo del que todas las generaciones tenemos que aprender.
Cuando se rastrea en la memoria las obras que se han visto en la ciudad, es difícil hacer una selección, porque por aquí ha pasado lo más importante de la escena Iberoamericana, principalmente, y mundial. Ni qué decir de grupos colombianos que gracias al Festival han encontrado espacios para crecer y retroalimentarse. Se ha creado el encanto de que si una obra triunfa en esta ciudad, en la que los asistentes saben realmente de teatro, tendrá ángel para presentarse en el resto del mundo. Así les ha sucedido a cantidad de grupos que es casi imposible referenciar sin olvidar otros de igual o mayores méritos.

El Festival no se ha quedado solo en presentar las obras, ha propiciado la investigación, la crítica, el cruce de ideas entre actores, directores, periodistas, público. Y eso es lo más valioso, porque todos coinciden en que esto se puede hacer justo porque es Manizales, una ciudad de un tamaño ideal para que se puedan encontrar todos fácilmente. Esta historia se seguirá escribiendo. Por eso no nos queda más que decir larga vida al Festival de Teatro de Manizales y que ojalá los apoyos lleguen de acuerdo con las necesidades de un certamen de tradición y que le ha dado la mejor imagen a la ciudad en el mundo.