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Cada día los precios de los productos que consumen los venezolanos suben el 4%, en un proceso de hiperinflación que se agravó desde hace tres semanas, cuando el gobierno de Nicolás Maduro presentó un paquete de medidas que buscaba, supuestamente, hacerle frente a la crisis económica que hunde al país en la peor época de su historia. A todo esto se suma la escasez de productos básicos, los altos niveles de violencia, la represión brutal a los opositores y las arbitrariedades cotidianas propias de un dictador.
El acumulado de inflación durante el año es del 34.680%, y de acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) el año cerrará en cerca de 1.000.000% en inflación, algo absolutamente absurdo para los cada vez más pobres ingresos de los habitantes de ese país. De nada sirve que se eleve el salario mínimo de manera exponencial, o que se les quiten cinco ceros a los billetes, o que se eleve el precio interno de la gasolina, mientras persista una política económica tan descabellada como la que patrocina el régimen chavista.
Esta dura realidad es la que tiene a miles de familias venezolanas huyendo de ese país hacia todos los rincones de América Latina, sobre todo a Colombia, en una tragedia que cada vez toma más fuerza en nuestro país, inclusive en ciudades tan lejanas de la frontera como Manizales, como puede observarse en la edición impresa de hoy, y en el especial multimedia al que los lectores pueden acceder en www.lapatria.com. 
Entre todas estas duras historias, ver cómo niños, mujeres y ancianos se enfrentan a las carreteras entre Cúcuta y Bucaramanga, a caminar largas jornadas cada día para tratar de llegar a centros urbanos en busca de ayuda, es algo que nos conmueve de manera profunda y que evidencia una emergencia que no sabemos dónde irá a parar. El sufrimiento de un pueblo que espera solidaridad y que sufre en su tránsito hacia la incertidumbre no merece más que consideración, y cerrarle filas a la xenofobia.
Por eso es importante que la Organización de Estados Americanos (OEA) acompañe de manera más directa a los países de la zona en pensar en las estrategias más efectivas para hacerle frente a la crisis migratoria. En ese sentido resulta vital el anuncio de visita a Colombia la semana entrante del secretario general, Luis Almagro, con quien ojalá todos los países de la región puedan llegar a conclusiones que no dejen toda la responsabilidad a Colombia de hacerle frente a esta presión social que amenaza con tener incidencias complejas para nuestro país.
Es más, el mundo entero debe involucrarse en la generación de fondos que permitan atender la emergencia humanitaria en forma digna y que ayude a establecer condiciones favorables para el futuro de tan compleja situación. La realidad hoy es que numerosos venezolanos se defienden en la informalidad para poder sobrevivir con sus familias, mientras que otros arriban con sus ahorros para tratar de invertirlos en pequeñas aventuras empresariales en nuestras ciudades con la esperanza de no perder el nivel de vida que siempre tuvieron. En otros casos, el éxodo se refleja en un incremento de la mendicidad y la prostitución en nuestras ciudades, sobre todo en las más cercanas a la frontera.

Confiamos en que más temprano que tarde se acabe el abuso de Maduro y sus secuaces, y que Venezuela regrese a la senda de la democracia, el desarrollo económico y la vida digna para todos sus pobladores. Por lo pronto, no queda más que darles la mano y buscar alternativas para que su presencia en Colombia resulte productiva y beneficiosa para todos.