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“Shithole countries” (países de mierda) fue la expresión exacta que usó el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, para referirse a países como El Salvador, Haití y algunas naciones de África, el pasado jueves, durante una reunión para renegociar el programa que concede residencia legal a inmigrantes. Como si fuera poco odiosa esa frase, el mandatario estadounidense en el mismo encuentro afirmó que prefería que llegaran inmigrantes de países como Noruega. Así, lo del muro en la frontera con México sería de una gravedad mínima, frente a lo que actualmente piensa el polémico presidente.
Tal actitud evidencia un racismo y sentido discriminatorio inaceptable y peligroso que tiene que ser rechazado por todo el mundo. Además, no son solo insultos, sino que convierte sus palabras en hechos odiosos, como el reciente retiro de protección a 200 mil salvadoreños que viven en los Estados Unidos, y que ahora podrán ser deportados sin mayores explicaciones, pese a que lleven viviendo allí varias décadas y que tengan hijos que son estadounidenses. Es el colmo que trate de culpar de su excesiva reacción a los legisladores que le están pidiendo que reconsidere su decisión y que brinde algunas soluciones a estas personas.
Aunque Trump salga ahora a decir que esas no fueron las palabras precisas que usó para referirse a las personas que no quiere que vayan a su país, es evidente que su rechazo es visceral a grupos raciales distintos al suyo y que no tiene reparo en hacer lo que se le antoje para demostrarlo. Desde luego que no debería causar sorpresa que el líder norteamericano actúe con tanta irreverencia, conociendo su talente altanero y ofensivo, pero no puede aceptarse que su censurable comportamiento se convierta en algo normal, y que deba aceptarse que esa es su forma de ser espontánea.
Además de las disculpas que Trump debería ofrecer a todos los ofendidos con sus palabras, es necesario que entre en razón acerca de sus injustas decisiones, cuando los Estados Unidos ha crecido gracias a que es un país de inmigrantes, quienes a lo largo de toda la historia han aportado lo mejor de su trabajo para enriquecer a esa nación. Todas las personas que han llegado a ese país, sin importar su procedencia, en lugar de rechazo deberían encontrar estímulos para quedarse y seguir aportando positivamente a esa economía.  
Además, con tales decisiones Trump profundiza la crisis social que viven países como El Salvador, cuyos ingresos familiares están basados principalmente en las remesas que reciben de sus allegados que trabajan en los Estados Unidos. Ese país centroamericano no está en condiciones de recibir de vuelta a 200 mil personas que solo llegarían a agravar las condiciones de vida de toda una nación. La ONU viene rechazando las actitudes racistas del mandatario estadounidense, pero también debe trabajar para evitar que tantas personas sean expulsadas en condiciones tan inhumanas.

Lo peor es que Trump tiene en la mira, para hacer lo mismo, a otros países de América Latina, y su tono ofensivo alcanza cada vez niveles más inaceptables. Es triste ver que hay quienes celebran sus palabras y que incluso son capaces de justificarlas, y más lamentable que haya quienes en Colombia defiendan ese tipo de posiciones tan extremas. Hoy cerca de 800 mil jóvenes en los Estados Unidos, hijos de inmigrantes, conocidos como soñadores (dreamers), y que hacen parte del programa DACA, están en riesgo de ser deportados al país de origen de sus padres, en los cuales gran parte de ellos no tiene ningún vínculo familiar.