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La cúpula del Estado Islámico (EI) sufrió esta semana el golpe más fuerte desde que se le combate, y podría estar cerca su fin como organización que ha amenazado de manera grave la seguridad en el mundo. En las últimas horas la ciudad de Raqqa, en Siria, el último bastión de ese grupo terrorista (y capital del califato) estaba al control de las llamadas Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), con el acompañamiento de miembros del ejército de los Estados Unidos. Antes de esta importante acción, a comienzos de la semana, los militares iraquíes con el respaldo de soldados estadounidenses y franceses habían logrado recuperar a Mosul, en donde también fue dado de baja el líder yihadista Abu Bakr Al-Baghdadi, en un bombardeo ruso.
Sin duda, la operación contra este grupo terrorista fue certera y lo pone en aprietos para sobrevivir. No obstante, el hecho de que su estructura no sea vertical y cuente con liderazgos regionales e incluso miembros diseminados por 28 países de manera clandestina, hace que tampoco sea fácil aniquilarlo. Los yihadistas tienen una ágil comunicación por internet que les sirve para planear ataques de manera coordinada. Desde luego que este es un duro golpe moral para el resto de los miembros del EI, pero su vocación de fanatismo suicida puede mantenerlos muy activos aún.
La complejidad para luchar contra esa organización terrorista en Siria pasa por la yuxtaposición de intereses estadounidenses y rusos en esa región del Medio Oriente, donde el gobierno de Vladimir Putin mantiene un enérgico y activo respaldo al régimen del sunita Bashar Al Asad, en un país en el que la mayor parte de la población es chiíta, y donde las aspiraciones políticas de esa mayoría son coartadas totalmente por quienes han detentado el poder desde hace décadas y no están dispuestos a dejarlo en manos de oponentes. Por eso resulta curioso que Estados Unidos y Rusia se disputen exitosos resultados en la lucha contra el EI en esa zona de Asia.
¿Lo hecho hasta ahora puede considerarse un golpe de gracia? Eso está por verse, pero lo cierto es que se necesita que la ofensiva contra los últimos resquicios del yihadismo continúe, si se quiere recuperar en un mediano plazo la tranquilidad en Occidente, donde la zozobra ha sido la nota predominante desde hace cerca de cinco años por cuenta de estos extremistas. Ellos han perdido importantes lugares estratégicos, pero se tendrá que seguir atacando las fuentes económicas que los sostienen, como la explotación ilegal de petróleo y algunos “mecenas” del terrorismo que viven cómodamente en Arabia Saudita, Catar y otros países de la zona.
Además, tras este golpe certero, los países que lograron desestabilizar las bases del EI tienen la responsabilidad de seguir buscando soluciones para el conflicto sirio, en el cual intervienen diversidad de fuerzas con una gama multicolor de intereses que seguirán generando violencia. El foco ahora tendrá que ser aportar recursos para estabilizar, asegurar, gobernar y reconstruir todo lo que ha derribado la guerra, con el gran problema de que un líder como Al Asad no está interesado en hacer una apertura democrática, que es la gran demanda que desencadenó el sangriento escenario que hoy se tiene allí. Sin embargo, si se permite que esa sea la posición que se imponga podrían surgir nuevas organizaciones del estilo del EI.

Esta persecución de yihadistas también ha dejado a muchos civiles inocentes muertos y heridos. Esta tiene que ser la más fuerte razón para trabajar a fondo en evitar que resurja el EI, cuando lo que se requiere es desactivarlo por completo y brindar las condiciones que cierren la posibilidad de un resurgimiento. El costo de debilitar a los yihadistas ha sido demasiado alto, y es fundamental seguir luchando para no tener que recorrer de nuevo ese camino sangriento.