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En febrero del año pasado, en este mismo espacio editorial, advertimos del riesgo de que el Hospital Público Veterinario de Manizales, también conocido como el Hospital de Mascotas, se convirtiera en un elefante blanco de $3.711 millones. Los hechos parecen, lamentablemente, apuntar a que eso ocurra. Hoy se cuenta con un edificio vacío al lado de la Unidad de Protección Animal, en el sector de La Linda, de cuya dotación y funcionamiento no se tiene certezas.

Lo único real es que la obra civil fue recibida a satisfacción por la actual Administración Municipal a finales de diciembre del año pasado (debió entregarse en marzo del 2020, pero se retrasó a causa de la pandemia de covid-19), y que seis meses y medio después sigue en las mismas condiciones, y con el riesgo de que sufra deterioros, que podrían convertirse en detrimentos patrimoniales. Desde la Secretaría del Medioambiente informan que algunas fallas constructivas han sido intervenidas haciendo uso de las garantías, pero lo vital, lo más importante, que es ponerlo a funcionar está en el terreno de lo incierto.

La realidad es que este proyecto tiene errores desde un comienzo, cuando la anterior administración se empeñó en hacer una edificación aparte, teniendo la posibilidad de haber unido fuerzas con la Facultad de Veterinaria y Zootecnia de la Universidad de Caldas, para tener no solo un edificio vacío, sino un equipo de expertos y unas instalaciones apropiadas para atender a las mascotas manizaleñas. No obstante, se prefirió arrancar con una construcción en bloque y cemento, sin haber planeado lo fundamental, el esquema de funcionamiento.

La administración actual heredó el problema, pero tampoco ha sido capaz de resolverlo. Dicen que están a la espera de una consultoría que les dirá cuál debe ser el modelo de funcionamiento y gestión. El lío es que pasa el tiempo y la incertidumbre se incrementa. Sería una equivocación adicional improvisar y, sin tener las suficientes claridades, generar la expectativa de un funcionamiento que podría resultar mediocre y oneroso. Hay que contar con un muy bien sustentado sistema de gestión que asegure el funcionamiento y sostenibilidad del hospital.

Un ejemplo de lo que se necesita para que funcione lo da un centro de similares características abierto en septiembre del año pasado en Santa Rosa de Lima (Bolívar), cerca de Cartagena, para atender 200 perros y 200 gatos. Es manejado por 7 veterinarios, 2 bacteriólogos, una coordinadora médica, una psicóloga y un asistente de lavado canino. Presta servicios de valoración, vacunación, desparasitación, odontología, cirugía general, laboratorio clínico, imagenología (RX y ecografía) y esterilizaciones. ¿Nos quedaremos solo con el edificio construido? Sería imperdonable.

Como la idea es que los animales de calle y los que viven en hogares de estratos bajos tengan allí beneficios especiales, hay que diseñar un modelo de pago que lo haga viable, así como alcanzar una cobertura más allá de las fronteras de la ciudad. Tampoco puede desecharse la posibilidad de que centros veterinarios privados lo ocupen y paguen por usar las instalaciones, o incluso seguir explorando la posibilidad de que la Universidad de Caldas lo opere, pero no se puede dejar pasar más tiempo sin tomar las decisiones correctas.