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Todo indica que las elecciones de hoy en Brasil (país con 147 millones de habitantes habilitados para votar) dejarán como finalistas al exmilitar ultraderechista Jair Bolsonaro y al socialista Fernando Haddad. Hasta hace un año era descabellado pensar que algún nostálgico y admirador de la dictadura militar que gobernó ese país hasta 1985 tuviera posibilidades de ser presidente, además porque también hace un año era el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva el favorito para el triunfo. Sin embargo, Lula cayó en la cárcel acusado de corrupción, y quien hoy comanda las encuestas es precisamente Bolsonaro (35%), quien además de añorar la mano dura ha basado su discurso en el ataque a los afrobrasileros y a las mujeres. Algunos lo llaman el Trump carioca, aunque podría tener más similitudes con Rodrigo Duterte, de Filipinas.
Haddad, quien fue ungido por el expresidente preso para que tomara las banderas del Partido de los Trabajadores (PT), aunque ha crecido en las mediciones hechas por las encuestadoras (22%) está todavía muy lejos del ultraderechista. Sin embargo, su presencia obligará una segunda vuelta en la que se prevé que el radicalismo excesivo que hoy se vive en ese país se profundice hacia una polarización cada vez más agresiva y peligrosa. Ya parece imponerse en varias partes del mundo la consolidación de una tendencia polarizante y extrema en la política, lo que genera tensiones internas en las sociedades, desestabiliza los países y abona el terreno para que se fortalezca el discurso del odio.
Una opción de centro sería lo mejor para Brasil en estos momentos, después de la caída de la presidente del PT Dilma Rousseff, y del cuestionado gobierno de Michel Temer, su sucesor, pero dicha alternativa no pudo surgir en medio del ambiente enardecido en el que Bolsonaro saca ventaja. Ya en segunda vuelta, los seis candidatos que quedarán por fuera este domingo deberán tomar partido al lado de alguno de los dos finalistas y tratar de que los discursos radicales de campaña no se conviertan en retaliaciones del nuevo gobierno contra la oposición en cualquiera de los casos. 
La ecologista Marina Silva, quien vuelve a ser tercera en las encuestas después de ocupar ese mismo lugar en las dos últimas elecciones presidenciales, podría incidir en mover la balanza a favor de Haddad, aunque habría que esperar los resultados de hoy para saber si Bolsonaro tiene ya la ventaja suficiente para asegurar la Presidencia el próximo 28 de octubre. Lo triste es que la inestabilidad económica, política y social parece ser lo seguro con el triunfo de cualquiera de los dos líderes que se ven más cerca de obtener la victoria. 
Una característica de esta campaña ha sido que más que las posiciones políticas, ha ganado terreno la pugna entre los radicalismos morales de los candidatos, y en ese rifirrafe los que más partido sacan son justamente los más extremistas. Los debates se han centrado en los derechos de las minorías y de las mujeres, la protección legal a la población Lgbti y la libertad de expresión, en contraposición de la defensa de los valores familiares, la lucha contra la ideología de género y la militarización para garantizar la seguridad pública. También han estado a la orden del día las referencias a los escándalos de corrupción de Petrobrás, la operación Lava Jato y el fantasma del regreso de la dictadura militar a Brasil. 

En medio del desencanto de la izquierda, la ausencia del tradicional partido derechista de la Social Democracia Brasilera y del caudillismo de Bolsonaro, tendencia tan fuerte y negativa en la historia de América Latina, las fake news hacen su agosto y logran polarizar al máximo. Lo que ocurra hoy en el coloso de América del Sur será determinante para el futuro de la región.