Es evidente que se quería causar el mayor dolor y daño posible, que el odio hacia Occidente ha llegado a proporciones inusitadas y que el terrorismo del Estado Islámico (EI) no conoce límites. Tiene razón la primera ministra del Reino Unido, Theresa May, al calificar el ataque en Mánchester (Inglaterra) como de "cobardía enfermiza", pues el atacante suicida de 22 años, Salam Abedi, calculó todo para que las víctimas fueran niños y adolescentes, seguidores de la popular artista pop estadounidense Ariana Grande, cuyo público es mayoritariamente juvenil e infantil.
Las autoridades hablan de 22 personas muertas y 59 heridas, en su mayoría menores de edad, que al cierre del concierto en el Mánchester Arena, con capacidad para 21 mil personas, estaban felices de haber gozado con el espectáculo de su artista favorita. El ataque con bomba en la entrada del escenario se suma a la cadena de actos terroristas del EI en toda Europa desde el 2015, cuando asesinaron a 2 personas en Copenhague y a 147 en París en dos ataques. En el 2016 las víctimas mortales fueron 86 en Niza, 12 en Berlín y otras 3 en las afueras de París. Durante este año la cadena de muertes incluye 5 en Estocolmo y 5 en Londres, más las del pasado lunes en Mánchester. Hay que tomar en cuenta casos anteriores, como los atentados en Bruselas y Estambul, que también dejaron una estela sangrienta.
Este hecho atroz confirma cómo jóvenes nacidos en Europa han terminado siendo reclutados por el fanatismo de los extremistas islámicos, al punto de llevarlos a perder la vida y matar por causas que les son ajenas. Tan ajenas que sus padres libios eran duros críticos del yihadismo en el Reino Unido (escaparon del régimen de Muamar Gadafi), por lo que su dolor tiene que ser hoy múltiple: no solo su hijo mató y se suicidó, sino que lo hizo en contravía de las enseñanzas que recibió en el hogar. Además, es el oscuro protagonista del peor atentado en suelo británico desde el 2005, cuando fue atacado por la red Al Qaeda el metro y un autobús en Londres, con 56 muertos.
Además de las cifras oficiales sobre las víctimas, la angustia crece por los numerosos jóvenes que aún no aparecen y que son buscados desesperadamente por sus familias. Este es un auténtico acto inhumano de barbarie que llena de tristeza y dolor al mundo civilizado. Hay que hacer un nuevo llamado de urgencia a los líderes de la comunidad internacional para que por fin trabajen coordinados en la lucha contra esta grave amenaza, que año tras año sigue acumulando muertes y ensanchando una pesadilla que pareciera no tener fin. ¿Cuántos actos terroristas habrá que esperar para que haya una reacción contundente en contra del extremismo? Se requieren acciones.
No podemos contentarnos con decir que esos ataques son repugnantes, ni con solo subir el estado de las alertas de críticas a severas, cuando hay que ir a la raíz del problema y desarticular una organización que se vale de todo lo que esté a su alcance para causar dolor. Además, no podemos permitir que se ponga en riesgo la democracia, tomando en cuenta que en 15 días se llevarán a cabo en el Reino Unido las elecciones generales anticipadas, con las que la primera ministra busca que los temas más complejos del Brexit tengan un escenario de debate que no sufra problemas de legitimidad.
Ningún habitante de la Tierra puede confiarse hoy frente a su seguridad, y de acuerdo con testimonios de los asistentes, las inspecciones de las personas que ingresaron al Mánchester Arena fueron prácticamente nulas. Lo ocurrido tiene que llevar a tener controles más rigurosos en lugares públicos en los que se concentren muchedumbres.
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