Durante años los Estados Unidos de América se constituyeron en el promotor principal de los principios demoliberales en el mundo. Su decidido apoyo a los aliados en la Segunda Guerra Mundial y el posterior compromiso con la reconstrucción de Europa le permitieron ganarse la imagen de ser el promotor de la democracia, valores reforzados por la Guerra Fría y por el cine procedente de Hollywood, el primer gran protagonista de la aldea global. Por todo esto es que resulta, por decir lo menos, paradójico que haya una preocupación con asidero por lo que pueda pasar en la era de Donald Trump con la libertad de expresión, principio fundamental de cualquier democracia.
El mandatario de Estados Unidos tiene claro el papel de los medios, al menos para su discurso populista. Los llama "El enemigo del pueblo". Y como tal los ha tratado, porque él, que nació en cuna de oro y posee una importante fortuna, ha asumido el papel de ser el representante del pueblo, como lo reiteró en su discurso de posesión hace ya cinco semanas. Por posiciones como esta fue que la Asociación Siquiátrica Americana, en un comunicado público, previno del Desorden de Personalidad Narcisista que parece padecer el presidente norteamericano, lo que podría poner al país en una situación compleja. Para estos importantes médicos, padecer este síndrome puede afectar las decisiones que se tomen y si estas le corresponden al hombre más poderoso del mundo, puede ser un coctel explosivo.
El pasado viernes The New York Times, Político, la BBC, Los Ángeles Times y CNN recibieron el veto para participar en un evento con el vocero de la Casa Blanca, Sean Spicer, como si se tratara de un capítulo de Scandal o House of Cards, series televisivas que tienen que ver con el poder de Washington y las peores perversiones a las que puede llegar un presidente estadounidense para mantenerse en el poder. Trump quiere hacer de los medios de comunicación tradicionales su némesis. Ya vimos cómo esta estrategia les dio resultados a presidentes como Hugo Chávez en Venezuela o Rafael Correa en Ecuador.
Los propios estadounidenses parecen tomados por sorpresa, porque este tipo de conductas tan afines a las dictaduras se presenten en su país. Por eso tal vez aún no reaccionan todos los colegas, pues es evidente que en un caso de censura como este es necesario que el gremio se una y ninguno asista a un evento público en el que se le niegue la entrada a algún medio. La Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) mostró su preocupación, no solo porque se trata de un acto de censura sino porque de esta manera se coartan la conversación pública y el respeto por las opiniones ajenas. Si esto lo hace el político más importante del mundo, muchos lo verán como el ejemplo y por tanto en cualquier momento se sentirán con el derecho de violar la libertad de prensa o de maltratar a los periodistas.
Ojalá los medios no le casen esta pelea a Trump, que no vayan a tomar partido por cuenta de los desplantes que él les ha ocasionado, sino que mantengan su vigilancia al poder de Washington independiente de las actitudes camorreras del mandatario. Solo así podrán mantener la confianza de sus audiencias, porque lo que no entienden políticos como Trump, es que entre los medios y los ciudadanos hay un pacto tácito en el que está de por medio la credibilidad. Intentar minar ese pacto es un acto contra la democracia y de censura manifiesta.
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