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Cuando se habla de Riosucio (Caldas) la primera imagen que llega a la mente es de cultura, poesía y fiesta. La existencia en ese municipio de varios resguardos indígenas nos remonta a los ancestros más lejanos, a los primeros pobladores de estas tierras americanas. El Carnaval que se celebra allí cada dos años, en enero, también es fuente de un imaginario de coloridas historias y de una tradición que ubica en lugar muy visible a este municipio del occidente caldense en el mapa de la cultura colombiana.

También ha sido Riosucio en el pasado, infortunadamente, tierra de conflictos aprovechada por violentos para hacer correr la sangre. Numerosos dirigentes indígenas han sido asesinados por grupos paramilitares y también grupos guerrilleros han hecho presencia en algunas zonas de esa región causando terror. Las épocas más difíciles en ese sentido se quedaron en el pasado, y en forma gradual el municipio ha ido recobrando la calma y ganando en optimismo, pero hoy asistimos a una ola del crimen que genera nuevos temores alrededor de la posibilidad de que regresen los malos tiempos.

El hecho de que a la fecha se tenga un reporte de 13 personas asesinadas en el año, cuando en todo el 2017 los homicidios fueron 6, es muestra de que hay un fenómeno de violencia que quiere resurgir y que es necesario atajar de manera urgente. Lo más preocupante, además, es que en menos de dos semanas han ocurrido 5 de los crímenes, entre ellos la masacre de un profesor y líder comunitario al lado de su familia indígena en el corregimiento de San Lorenzo, hecho que fue liderado por un militar retirado recientemente, y del que aún se desprenden numerosos interrogantes.

La víctima más reciente el pasado martes, en la vereda El Oro, era el yerno de la gobernadora del resguardo Cañamomo y Lomaprieta; el domingo la asesinada fue una campesina a quien le dispararon con una escopeta, y una semana antes fue la masacre de San Lorenzo. La situación amerita que las autoridades departamentales hagan una mayor presencia en la zona y analicen los orígenes de lo que está pasando y ver si estos hechos tienen conexiones con situaciones pasadas. En algunos casos se esgrimen posibles problemas por linderos de propiedades, lo cual no debería ser muy complicado corroborar y tomar medidas.

Ya en la Secretaría de Gobierno de Caldas tienen identificados algunos fenómenos que inciden en estos hechos de sangre, como la alta ingesta de licor y la tendencia a generar riñas. Así como en Riosucio, en el municipio de Samaná también debe haber preocupación, porque este año van siete homicidios cuando el año pasado se reportó uno. Los feminicidios en el departamento han crecido, así mismo, de 11 a 14, lo que debería encender alarmas. Frente a esto se deben adoptar estrategias que eviten que las cifras globales de Caldas signifiquen un retroceso frente a lo ganado en años anteriores, lo cual sería muy desmotivante. Manizales en esto puede decirse que ya perdió el año, porque a la fecha, con 67, tiene un homicidio más que el año pasado completo.

 

Por fortuna, podemos resaltar que se tienen municipios en Caldas en los que no hay reportes de asesinatos este año, como es el caso de Norcasia, Risaralda, Aranzazu, Pácora, San José y Victoria. Sin embargo, en esto también hay un paso atrás, porque en el 2017 se estableció que en Aranzazu, La Merced, Marmato, Marquetalia, Pensilvania, Riosucio, Risaralda, Salamina, Supía, Viterbo, San José y Norcasia no hubo homicidios. Hay que recuperar la senda de la tranquilidad y la seguridad en todo el territorio.