La primera escena es vibrante de amor y pasión entre dos jóvenes, Emily y Luke, quienes tienen sexo en un baño de un club. Luego, él la sorprende con un anillo de compromiso con una piedra preciosa y la propuesta mágica “¿te casas conmigo?”; ella le responde que “¡sí!”. Él es enfático “tengo que marcar mi territorio. Mear en mi árbol, tú eres mi árbol”. Ese es el inicio de la película que protagonizan dos jóvenes y que trata sobre cómo el amor y las relaciones íntimas y familiares pueden ser destruidas en una empresa financiera. En verdad, la empresa financiera en la que trabajan funciona como una metáfora de lo que es el capitalismo. Veamos la película a través de unas ideas básicas de Marx.
La pareja vive junta y, a pesar de su alto nivel educativo, viven en un apartamento sencillo y toman el metro. Sueñan con progresar ascendiendo en su trabajo, en el que tienen que ocultar que se aman, no solo porque está prohibido por las políticas de la empresa, sino porque en el medio donde trabajan no existe otro “vínculo entre los hombres que el frío interés, el cruel pago al contado”; y todo navega “en las aguas heladas del cálculo egoísta”, como dice Marx.
Emily le cuenta a su prometido que escuchó el rumor de que iba a ser ascendido y corren a celebrar la “puta suerte” de Luke con champaña, en su escondite de amor. ¿Puede haber mayor felicidad entre dos enamorados? Pero Luke le hace una confesión premonitoria a su prometida: “si tuviera que decidir entre tú y mi ascenso, lo pensaría bien y decidiría por mi ascenso”, pues el mundo laboral al cual pertenecen “ha desgarrado el velo de emocionante sentimentalismo que encubría las relaciones familiares, y las ha reducido a simples relaciones de dinero”.
En medio de la madrugada, el jefe, un hombre de aspecto hosco, llama a Emily y la asciende a gerente, el deseado cargo de su novio. Desde entonces, este comienza a distanciarse de su prometida, pierde hasta el deseo sexual y le hace comentarios para ridiculizar su manera de vestir como “cupcake”. Además, le dice que ascendió porque se acostó con su jefe, lo cual muestra cómo es un machista que no soporta que ella sea mejor, situación con la que se demuestra que esto pasa hasta en los sectores más calificados, como aquel al cual pertenece Luke, “el Señor Universidad Cara”, como lo llama su tío. Incluso, en el trabajo, un colega se pregunta “¿cómo subió tan rápido?” y afirma “ahora me tocará usar vestido”.
No basta con haber ascendido, Emily necesita degradarse ante su jefe que la llama hasta en la madrugada. Por complacer a su novio, Emily, como gerente, toma una decisión equivocada y, de inmediato, su jefe le grita “¡perra estúpida! Sí, me oíste bien. ¿Quieres que te lo repita ¡perra estúpida! ¿Qué te parece? ¿Te gusta?”. Pero cuando Emily da un golpe de suerte financiero y aumenta las ganancias, el jefe se “disculpa” con una jugosa comisión de 575.000 dólares. Esta escena me recuerda a la afirmación de Marx de que “el dinero humilla a los dioses del hombre y los convierte en una mercancía”.
El culto al dinero se refleja en las duras jornadas laborales que conducen a Luke, desde que no fue ascendido, ¡reconocido!, a un acelerado stress. Es tanto así que, en un arrebato loco, se lanza a la oficina de su jefe, luego de que echan a un colega en medio de las burlas y chistes de sus compañeros, y le manifiesta de rodillas “usted se ha convertido en mi dios (…) esta empresa es mi religión”. El jefe no se inmuta y solo le dice “¿terminaste allá abajo?”.
Poco a poco, las emocionantes relaciones comienzan a enfriarse y a volverse violentas. Luke acusa a su prometida de haberle robado “el maldito puesto” y termina golpeándola mientras la viola. Emily y Luke no pudieron controlar sus vidas. Emily rompe con Luke a cuchillo, lo hiere y pide que limpie su sangre del piso y se marche, y a su jefe le explica que hacía tiempo que su subalterno lo acosaba.