Jean-Paul Marat fue un gran tribuno de la revolución francesa y representaba la justicia social y al terror político, según Joseph Paul Wallace; como lo podemos corroborar por aquel famoso cuadro del pintor David, en el cual lo retrató en una bañera, asesinado a puñaladas por la joven Charlotte Corday. Este cuadro, según sus intérpretes, representa al mártir y dio origen al culto popular y a las religiones civiles. Dicho en lenguaje tuitero, representa a la “víctima” de los atropellos de los “más poderosos”.
Marat perteneció a esa generación de la Ilustración que Robert Darnton identificó como parte de La baja literatura en la Ilustración tardía, es decir, de panfletarios y gentes dedicadas a los insultos y calumnias, como algunos tuiteros. Toda esta gente, como Marat, que incursionaban en el mundo de las letras, sin mecenas en la capital francesa, encontraron una gran muralla puesta por una élite corporativa. Voltaire los llamó escoria de la literatura y chusma andrajosa. La venganza fue terrible.
 Marat, quien era editor del periódico El amigo del pueblo, fustigó a toda a la aristocracia y, sobre todo, a la élite del antiguo régimen. Y, en su panfleto Las cadenas de la esclavitud, fundó con sus insultos y denuncias violentas el terror político: “un solo medio os queda para apartaros del precipicio al que os han arrastrado vuestros indignos jefes, nombrar al instante un tribuno militar, un dictador supremo para que deje caer su mano sobre los principales traidores conocidos”, “Nadie más que yo aborrece la efusión de sangre; pero para impedir que se derramen ríos, os incito a que derraméis algunas gotas”.
Por muchos motivos, Michelle Vovelle escribió que:
No es fácil sentir a primera vista, simpatía por Marat: demasiados odios cristalizaron aún en vida, contra su persona. Para aquellos a quienes no gusta la revolución Francesa, Robespierre puede salvarse gracias a su máscara de Incorruptible, Saint-Just aureolarse con su prestigio de arcángel de la muerte. A Marat nada le salva: no era atractivo y dicen que era sucio.
Marat, como muchos panfletistas, se dedicó a denunciar la decadencia del antiguo régimen y a deleitarse con los escándalos sexuales. Por ejemplo, denunciaron las supuestas relaciones lésbicas de la reina María Antonieta; los panfletistas implantaron en la imaginación popular que la reina era una insaciable lujuriosa. Simon Schama le llama la política del cuerpo, en su libro Ciudadanos. Crónica de la revolución francesa: la relación perversa entre sexo y política. De allí se sabe que los promotores de escándalos no perdían oportunidad ante la incómoda femineidad de María Antonieta.
Como en los tiempos del antiguo régimen, donde el sexo y política podía inflar una carrera política mediocre, los tuiteros, en las campañas de odio especializadas, crean “líderes” políticos haciendo uso de la política del cuerpo contra sus enemigo. Umberto Eco, en su libro Número Cero, habla de las formas de deslegitimar al adversario a través de lo que él llama la máquina del fango, que consiste en deslegitimar la vida del rival: “una de las técnicas de chantaje consiste en anunciar que se tiene un secreto lo cual es una forma de amenaza de chantaje”.
En la primera campaña electoral de Bolsonaro, en 2018, el candidato usó abiertamente las máquinas de fango contra el ministro de Educación de Lula y candidato presidencial Fernando Haddad. Señaló por redes sociales que Haddad, cuando era ministro de educación, difundió en las escuelas públicas historietas el llamado Kit gay, la cual, según Bolsonaro, era “una puerta abierta a la pedofilia”. Una y otra vez, Bolsonaro repetía por Twitter que “Haddad quiere pervertir a los más pequeños”.
Eco sentencia que “ha habido una terrible caída moral en el campo de la información pública” y es de mencionar que esto también se vive en las universidades públicas y privadas, pues han sufrido una caída moral y es terrible el uso de las máquinas de fango que generan zozobras entre los docentes.