La Segunda Guerra Mundial se sigue usando “durante mucho tiempo por los políticos como una alegoría dramática de las crisis internacionales del presente”, como manifiesta Jonathan Haslam, el biógrafo del distinguido historiador británico Edward Carr. Por ejemplo, el ministro Federal de Defensa de Alemania, Boris Pistorius, comparó la guerra en Ucrania con la anexión de Checoslovaquia por la Alemania nazi en 1938; es decir, como han dicho hasta la saciedad los medios de comunicación europeos, Putin no se detendrá, del mismo modo que tampoco lo hizo Hitler.
El ministro Pistorius, justamente, está impulsando la más grande reforma militar del ejército alemán de los últimos 35 años para preparar a Alemania en caso de una guerra (¿con Rusia?). Además, el canciller Olaf Scholz manifestó que están listos 35.000 militares dispuestos a defender a cualquier aliado de la OTAN, “en caso de una situación extraordinaria”. Por ahora, se ha iniciado una fuerte guerra diplomática entre Rusia y Alemania, consistente en la expulsión mutua de diplomáticos y la reducción del comercio. Entonces, ¿cómo interpretar, a la manera del ministro Pistorius, todo esto?
En el ámbito de la memoria histórica, la confrontación no es menor. En Alemania hay enterrados más de cinco mil soldados del Ejército Rojo que murieron en la sangrienta toma de Berlín para poner fin al régimen de Hitler y liberaron a los prisioneros de los campos de concentración. Pues bien, este año, los diplomáticos rusos acreditados en Berlín recibieron comunicaciones oficiales de las fundaciones que se encargan de los complejos conmemorativos de los antiguos Campos de Concentración, cuyos nombres aún hoy generan punzadas de terror -Buchenwald, Sachsenhausen y Revensbruck-, “pidiendo que se abstuvieran de participar en los tradicionales actos oficiales con motivo del nuevo aniversario de su liberación”.
Olaf Scholz, en un discurso solemne en un evento en memoria de Immanuel Kant, “justifica la guerra de Ucrania con citas de Kant” y rechazó, según él, los intentos de Rusia de “apropiarse del legado de Kant” y que “Putin no tiene la más mínima razón para referirse a Kant”. Siempre se nos muestra como una gran lección de la Segunda Guerra Mundial, el espantoso hongo nuclear que se alza sobre las cenizas ardientes de las ciudades japonesas donde Estados Unidos lanzó las bombas atómicas. Empero, en 1971 había en Europa 7.000 ojivas nucleares y el año 2000 quedaban 480, más 100 bombas nucleares B61. Ahora, el presidente de Polonia, Andrzej Duda, manifestó el 22 de abril que Polonia está preparada para colocar misiles nucleares de Estados Unidos apuntando a Rusia, en respuesta a las instaladas en Bielorrusia.
El 6 de mayo, el embajador británico fue llamado o hizo una visita de 30 minutos a la cancillería rusa “debido a las declaraciones de David Cameron, jefe del Ministerio de Relaciones Exteriores británico, sobre el derecho de Kiev a atacar a la Federación de Rusia con el uso de armas británicas. El Ministerio advirtió al diplomático que la respuesta de Rusia puede ser cualquier instalación y equipo militar británico en el territorio de Ucrania y más allá”. ¿“Más allá” es Gran Bretaña?
El mismo día fue llamado a la Cancillería rusa el embajador de Francia, debido a las declaraciones cada vez más fuertes de Macron de enviar tropas francesas y de la OTAN a Ucrania. Además, la cancillería rusa dijo que, en el caso de la aparición de los aviones F16 serán percibidos como capaces de portar también armas nucleares. Confiemos que todo esto sean alegorías del pasado y que no estemos en el borde del abismo.