Las historias de las páginas judiciales de la prensa nos dicen que la sed de venganza “cuanta más barroca y excesiva mejor”, y el odio sigue atrayendo tanto a hombres como mujeres, luego del desamor.
Según la historiadora Tiffany Watt Smith del Centro de Historia de las Emociones de la Universidad Queen Mary (Londres), “somos herederos de una cultura de los celos extraña y conflictiva que ha sido modelada casi en su totalidad en base a los roles de género”. Diomedes Díaz lo dice sin tapujos: “Ay yo sé bien que te he sido infiel/pero en el hombre casi no se nota/ pero es triste que lo haga una mujer porque pierde valor y muchas cosas. ¡La falla fue tuya!”.
La violencia del amor brutal, lo dice Tony del Mar, “Eres hembra que enloquece/ y tu forma desespera”. Escuchemos al gran Orlando Contreras para mostrar cómo los celos son más sublimes en los hombres, como se creía en los romances cortesanos: “no sigas diciendo que un amigo tuyo y tu propia esposa mancharon tu hogar”, “Planear la venganza que había que cobrar” y “Tomé mi venganza”. Luego, Julio Jaramillo le recuerda a un antiguo amor: “Ódiame por piedad yo te lo pido/ ódiame sin medida ni clemencia/ odio quiero más que indiferencia por que/ el rencor quiere menos que el olvido”. “Si tú me odias quedaré yo convencido/ de que me amaste mujer con insistencia/ pero ten presente de acuerdo a la/ experiencia/ que tan solo se odia lo querido”. Y, por su parte, Chico Buarque dice de la celosa de la canción “A Rita” “matou nosso amor/ De vinganca nem herança deixou”.
Además, en una canción de Franco de Vita, él le dice a ella, a su antiguo amor, “Lo nuestro llegó a su final. Que sin mí puedes continuar”. Y anuncia con dolor: “¡Te veo venir soledad! Otro golpe para el corazón que dejaste aquí tirado”. Y le reprocha: “Si quieres busca en otro lugar y si lo encuentras te puedes quedar”.
La excepción son Helenita Vargas, quien en su canción sobre su “Señor” recuerda “la hiel amarga que hay en su interior”, que es “Rencoroso”; y Shakira, en su última canción, recuerda la hipocresía del amante y habla por las mujeres: “Te fe-li-ci-to, que bien actúas de eso no me cabe duda”. Y sigue Shakira “por completarte me partí en pedazos”, “los tengo rojos de tanto llorar por ti y ahora resulta que lo sientes”, “me lo advirtieron y no hice caso”, “me tratas como una más de tus antojos” y pudo agregar, como Tony del Mar, “vas burlando a quien tú quieras”.
Aunque estas canciones de amor, celos, odios y desilusiones son como piezas arqueológicas emocionales de la vida en pareja, de la matrimonial y de los celos y los agobios del amor no correspondido, me recuerdan el título del libro de Nicholas A. Robins, de la Universidad de Tulane, De amor y odio. Vida matrimonial, conflicto e intimidad en el sur andino colonial, el cual analiza los “casamientos mal aconsejados u obligados, esposos ausentes, relaciones ilícitas de larga duración y socialmente aceptadas” en la sociedad colonial, en Charcas, entre 1758-1825.
Son relatos sobre curas que han cometido crímenes de sensualidad, como la relación ambigua de un cura con una mujer llamada Micaela Boca de Ángel y querellas de maridos abandonados que buscaban a sus esposas para vengarse, como fue el caso de Petrona, quien fue internada en la cárcel con sus tres hijos por petición de su esposo, pues este —en busca de restaurar su honor— solicitó a las autoridades recluir a Petrona para siempre en un monasterio. Para finalizar, es importante mencionar que este caso no era el único, en 1700, en Lima, el 20 % de las mujeres se encontraban recluidas —el recogimiento religioso— de sus culpas, como se consideraba en la época.