Un espíritu burlón parece solazarse haciendo presencia en las vidas de algunos seres humanos singulares. Inclusive en los momentos previos a su muerte. Y quizás esa risa sea, allí, una risa triste -si cabe el oxímoron-, como ocurriera en la agonía de Franz Kafka.
Al observar los retratos de su rostro, lo más llamativo son sus orejas, abiertas y tan picudas hacia arriba, como si evocaran las alas de un murciélago. Pero no. Como su alma fuera tan suave y tan espiritual, tan sutil y tan humana, con ese mamífero, tan calumniado, solo se le puede comparar en tres aspectos.
Uno. Los murciélagos son los noctívagos por excelencia, los que solo trabajan en la noche. Y él, el que fuera un ser cautivo para la noche, la que desde allí, en soledad y silencio, a la luz de sus insomnios le facilitara con sus calladas sombras una de las escrituras más clarividentes y educadoras de la historia. Dos. El  don de la escucha es esencial para que los murciélagos, los ciegos, los del radar interno, puedan orientarse en su vuelo y en la obtención de los alimentos. Así, Kafka sabía escuchar. Su apellido, Kafka, en alemán, idioma en el cual escribió, se pronuncia como “escuchar”. Inclusive, por su don de profecía, parecía percibir voces provenientes del futuro; voces de clarividencia admonitoria; voces desde un hondo susurrar del universo.
Mas sin embargo, ese espíritu burlón habría de presentársele en lo físico. Hipersensible a los sonidos, no toleraba, por ejemplo, una simple conversación de una pareja distante a unos veinte metros. Escribió: “el diminuto y jovencísimo gato que oigo lloriquear en la cocina parece que habita en mi corazón.”
Tres. Quienes lo trataron opinaron que parecía estar, físicamente, “como en una jaula de cristal”. Con un extraño mirar al mundo. Como lo dijera Aristóteles, “los ojos de los murciélagos  se ofuscan a la luz del día; así la inteligencia del alma se ofusca con las cosas evidentes de este mundo.” Y las novelas de Kafka reflejan  la ofuscación en que nos encontramos, deambulando por los laberintos de existencias que no alcanzan a encontrar su sentido.
Mereció la admiración de Borges, quien confesó que en algunos cuentos trató, “ambiciosa e inútilmente”, de ser Kafka; que lo leía continuamente, porque en sus escritos “se establece algo eterno”. Y -máximo reconocimiento- contó que su poema “Eine Traum”, se lo había dictado el mismo Kafka durante un sueño.
Franz Kafka, sabiamente  muy contradictorio: un redomado neurótico socialmente alegre; tan angustiado pero de tan buen humor; un artista de la nimiedad muy trascendente; un maestro del absurdo que hace reír; un enamorado deseoso y reincidente, pero igual de reticente como un solterón de vocación; gozaba mucho de la compañía de las mujeres, aunque con “una magia defensiva”; un empático reservado; un pesimista sonriente; un seráfico espiritual, pero ante ello y con ello tan humano como putañero.
Pero  volvamos a lo del espíritu burlón.
En 1924 publicó el cuento “Un artista del Hambre”, en el cual un ayunante se priva de toda comida, y encerrado en una jaula se constituye en un espectáculo para los paseantes en la feria.
Ese cuento le causaba desazón. Días antes de su muerte lo volvió a corregir. Y en esos momentos también su tuberculosis, dolencia de muchos años anteriores, se le pasó a la laringe y casi no pudo volver a comer. Aunque vegetariano, siempre había degustado mucho la comida. Ahora cada bocado era un dolor, cada bocado era una agonía. El espíritu burlón de su cuento lo había constreñido a ejercer como “un artista del hambre”.
Falleció como un faquir obligado. Camilo José Cela, sin aludir a Kafka, escribió: “y los murciélagos que nacían de noche a noche, a cada puesta del sol, se han dormido para siempre como ensimismados faquires.”
El astrónomo Donald J. Rudy, en 1983 descubrió un asteroide al que bautizó “Kafka”, como homenaje al gran escritor. Deambula este entre Marte y Júpiter, así como también lo estará Franz Kafka, girando e irradiando, como planeta principal, en las mentes y en las bibliotecas de tantos millones, de estos sus devotos, nosotros, los lectores de su gran universo.
Justificado, por haber sido Kafka una artista del hambre. Un artista del hambre metafísica.