Los sicólogos están de acuerdo en que todos los seres humanos continuamos llevando, durante todas nuestras vidas, un niño interior. Unos más y otros menos. En algunas circunstancias para mejor: espontaneidad, franqueza, afectos sinceros, curiosidad. Pero en otros casos para peor: impulsividad, egoísmo, irrealismo, entre otros muchos aspectos. En una palabra: inmadurez.
Einstein, genio mayor, reconoció que su capacidad de infantil asombro le había servido para conseguir lo que consiguió. Pero también era consciente de los daños que, por su autoridad y con sus ocurrencias, podía causarle a la ciencia; y por ello, con gran sensatez, le comentó a un amigo en una  carta: “lo mejor que hago es descartar casi todas las ideas que se me ocurren.” Gran síntoma de madurez y del correcto balance entre el niño imaginativo y el sabio prudente.
A Gustavo Petro, hombre inteligente, se le ocurren muchas ideas. Algunas buenas pero muchas otras muy peligrosas. Por su bien y por el del país, debería madurar las producciones de su imaginación, seguir el consejo de Einstein y desechar aquellas (“lo mejor que hago”) que son dañinas e infundadas. Debería, por ejemplo, comenzar por meditar más sus twitters. Es claro: no controla a su niño impulsivo. 
Luis XIV, monarca absoluto en la Francia del siglo XVII, muy joven, cuando le disgustó alguna actitud del parlamento de París, se presentó allí y lo desafió. Les dijo a los honorables: “el Estado soy yo”.
Claro, se entiende su actitud, ya que estaba muy niño y sólo tenía 14 años.
Sin embargo, maduró. Maduró porque muchos años después, cuando le estaba yendo mal en una de las tantas guerras en las que participó o promovió, le comentó a su respectivo ministro: “¿sería que nos equivocamos al meternos en este asunto?”. Reflexión sencilla de humildad y madurez en este monarca, el mismo que pasó a la historia como el gobernante más poderoso de su época, flor y nata y espejo de los autócratas.
El presidente Petro se mete y nos mete en berenjenales, unos arriesgados, otros amenazantes y algunos todavía más alarmantes. No es, propiamente, la calma, la que debería ser la principal divisa de todo gobierno. Nos conduce por unos inciertos toboganes. Montañas rusas. Parece creer eso de “el pueblo soy yo”;  y también “lo que yo quiero, así sea un disparate, lo quiere todo el pueblo.”
Algunas muestras de ello. La paz total parece conducirnos a la inseguridad creciente, con sus infantiles ceses del fuego; el ansiado liderazgo presidencial mundial en lo del cambio climático, con el consiguiente renunciamiento aquí a explorar más petróleo y demás combustibles, lo cual representa “asesinar” a más del 40% de nuestras exportaciones, es catastrófico; una reforma a la salud abismática y las otras dos suspensivas, la laboral y la pensional; la muy laxa política contra el narcotráfico que no se concreta. Y peleas aquí y allá, en lo nacional y con todo el que se le atraviese; y camorra con los presidentes de otros países, y también con todo aquel con quien él se autodisguste. (Porque para esto último tiene una gran capacidad. La de un niño. Que lo digan si no los ministros salientes). 
Si Luis XIV, autócrata, pudo reflexionar y considerar en sacar a su país de una problemática fruto de su niño sobreviviente, ¿por qué el presidente Petro no podría más bien rectificar y dejar de joder tanto? Más bien debería hacerle una apelación reflexiva, patriótica, juiciosa, a su niño interior; al bueno, a su adolescente reflexivo y a su estadista prudente, dejando a un lado tales reformas e ideas insensatas; e igual con los discursos divisivos y agresivos, producto de los caprichos de su niño intransigente.
Relaciono lo anterior con un pasaje que trae cada diciembre la novena de aguinaldos. Que es contradictorio y sorprendente. Y es aquel en el cual la plegaria le implora al hermoso Niño Jesucristo que venga “para enseñarnos la prudencia que hace verdaderos sabios”. ¿Un niño, tan recién nacido y ya en esas alturas de la prudencia y de la sabiduría? ¿Y llamarlo a él, además, para que eduque en ello a sus mayores?
Eso es todo un fenómeno. Tal vez nuestro presidente considera que su niño interior es tan importante y sensato como el del Niño Jesús, y por ello toma consejo, sin más, del suyo propio para los efectos de sus decisiones, de sus reformas y de sus twitterazos.  
Apostilla. Quedarán para otros escritos otros rasgos similares de la personalidad del presidente. Cansón se vuelve uno con este tema de nuestro mandatario, pero es imposible no referirlo, porque ni en este país ni en el mundo, ni hoy ni antes, hemos visto algún otro personaje público al que le seduzca tanto el producir, no solo tantos titulares y comentarios, sino tantos acercamientos al caos y al desvarío.