Mucho me preocupa -me santiguo, tres bendiciones me echo, no me alcanzo a consolar puesto que no existe la extremaunción salvadora “in artículo mortis” nacional- al constatar cuán grave puede ser para el país que el señor presidente no quiera ni asimilar ni leer correctamente los resultados electorales de este pasado 29 de octubre. La primera exigencia, para un gobernante cualquiera, es saber interpretar, de manera realista, las circunstancias por las cuales atraviesa la sociedad que dirige. Las elecciones serán, así, su mejor derrotero, y si estas no le sirven y no las acepta, entonces estaremos ante un grave caso de autismo gubernamental. Podría también tratarse de inmadurez, pues el niño no acepta resultados que vayan en desacuerdo con su mundo ideal. Entonces, ¿hacia dónde nos conducirá él?
Con su amplia capacidad de autoengaño, el presidente dibujó un acomodado mapa triunfalista. Y ratificó su tal creencia con unas palabras previas a la reunión de 15 gobernadores, a los cuales invitó, señalándolos como los amigos triunfales que le servirían de base para construir en sus próximos presidenciales años. Con esa actitud, el presidente se expone a los posibles peligros de toda victoria, sin conseguir los aspectos positivos de la derrota. La victoria, tan buscada cual desiderátum, tiene sus bemoles y hay que saber administrarla. Triunfadores tienden a exagerar sus posibilidades. ¿Estará incurriendo en esta situación Petro, quien piensa que el apretado resultado del año electoral de 2022 lo habilitó para hacer lo que le venga en gana, e igual su autovictoria en el 2023?
Para el vencedor la victoria es una ratificación, mientras que para el perdedor es un problema que debe afrontar. Aquel celebra, este trabaja. Aquel vanidoso, este humilde. Aquel se repite, este experimenta. Aquel se regodea, este ejerce la autocrítica. Aquel permanece en reposo, este viaja hacia la creatividad. Aquel se vuelve predecible, este impredecible. Aquel se torna desaprensivo, este va a la búsqueda del desquite, lo que los franceses llamaron “la revancha sagrada”. Aquel se coloca a la defensiva, mientras esté al ataque. El vencedor se apoltrona en todo su anterior, en tanto que el perdedor innova. A la victoria se la considera como una llegada final, mientras que a la derrota se la toma como una estación de paso. La derrota es memoriosa, flexible, analítica, acechante, introspectiva, mientras que la victoria no lo es. Cerebros que funcionan distinto. La vida continúa.
Abarca todo lo anterior uno de los más agudos refranes sobre los raros caminos del destino: no hay mal que por bien no venga. (Le llegó un mal -la derrota, aquí- que le puede traer unos bienes). El cual refrán podría ratificarse al revés: no hay bien que por mal no venga. (Le llegó un bien -la victoria- que podría acarrearle luego asuntos negativos). Esto lo resumieron muy bien los historiadores de la guerra, cuando constataron que los generales victoriosos casi siempre han librado la siguiente guerra igual a como lo hicieron en la anterior, al contrario de los perdedores, que remozaron y modernizaron sus estrategias.
Kipling poetizó en “If” (“Si”) a la victoria y a la derrota como dos grandes impostores. Borges consoló a los infortunados del laurel, afirmando que “la derrota goza de una dignidad que la ruidosa victoria no conoce.” Marguerite Yourcenar, más al centro de la cuestión, escribió: “la victoria y la derrota se mezclaban, confundidas, rayos diferentes de la misma luz solar”. Aunque con Pambelé hay que aceptar que ganar será siempre mejor que perder, aplaudo más a un vencedor que sea consciente de las amenazas a su condición, al mismo tiempo que respeto a un derrotado consciente de su situación. Hitler, a quien tanto invoca el presidente para descalificar, se envaneció con sus logros militares, se aisló, desconoció sus derrotas cuando le llegaron, y así fue como caminó de victoria en victoria hasta la derrota final, mientras que Churchill, el demócrata -abierto, realista-, se paseó -según sus palabras- de derrota en derrota hasta la victoria final.
Estas circunstancias confirman un antiguo temor: Petro no es un verdadero demócrata. Este último acepta lo establecido por los electores, y no procede, con dialécticas sobrefacturadas, a desconocer la voluntad ciudadana. Es por eso por lo que Petro ajusta la sentencia de Kipling, tratando de convertir su derrota en una impostura de victoria. Con sus consecuencias… Por allá, en la Francia de 1880, cuando unas elecciones le fueron contrarias al gobierno de turno y favorables a la oposición, Leon Gambetta, el gran republicano, lo apostrofó: “Francia ha dejado oír su voz soberana; el gobierno tiene que escoger: o someterse a ella o dimitir”.