El “Eclesiastés” es el libro de la paciencia. Dice bien: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora”. Docto texto que invita al buen manejo del tiempo, y que por ello debería ser el maestro consejero de los gobernantes, que son quienes manejan los tiempos públicos de la sociedad. Además, este bíblico pasaje previene en contra de las traiciones de la vanidad, ya que la política es la actividad en donde el poder representa la tentación máxima para usar el regusto –tantas veces dañino- de la vanagloria. “Vanidad de vanidades y todo es vanidad”. Y lo ratifica el bíblico escritor, quien tiene porque saberlo: “Yo, el predicador, fui rey sobre Israel en Jerusalén.”
Lo de la reunión  internacional de los 20 países en Bogotá, que tenía por objetivo el que Venezuela aceptara reanudar los diálogos con la oposición, fue solo una iniciativa para satisfacer la vanidad del presidente Petro en su calidad de candidato a líder regional y mundial. Un espectáculo para eso diseñado y que por eso condujo a ninguna parte. Un “oso”.
No se calibró bien a Maduro. Como el fruto muy  verde, sin madurez para cosecharlo, este, quien ejerce hoy una dictadura triunfante, al saberse así impuso condiciones inaceptables  e imposibles. Que la Corte Penal Internacional, por ejemplo, levantase la investigación que tiene en contra suya. Ese organismo podría, no levantar sino suspender, cualquier investigación solo por decisión del Consejo de Seguridad de la ONU; y ello únicamente de manera  temporal, por 12 meses; y ello solo en el caso de una confrontación armada;  y ello exclusivamente para superarla. Muy lejos de estas exigencias se sitúa el caso Maduro, y eso lo sabía el gobierno colombiano, quien no obstante insistió en la respectiva reunión. Era claro que para el objetivo de la reunión Maduro no estaba maduro.
La forma como se organizó esa reunión demostró que el gobierno de Petro tampoco estaba maduro para la preparación de esta clase de eventos. Ni para el manejo primordial de las relaciones internacionales. Convocar a tantos países equivale a dificultar el consenso. Como es de elemental usanza en estos casos, aquí no se tramitó antes un texto de declaración, previamente acordado  con las respectivas cancillerías, requisito indispensable para que los asistentes estuviesen habilitados para firmar algo.
Inmaduro gobierno este, el nuestro. Le proporcionó un golpe de popularidad internacional a Guaidó. Como niños, ante la sola imagen de éste muy delgado e inerme joven caminante en el territorio nacional, fueron bautizados por el miedo de que, cual llanero solitario, Guaidó, con su sola presencia disturbara la blindada reunión. Entonces, rápido, rápido, se agenciaron para que este temible guerrero (que de perseguido se ve un tanto desmitavinizado) desapareciera de la geografía colombiana y se dirigiera hacia los Estados Unidos. Conseguido esto emitieron un suspiro de triunfo. Aquí y allá. En  Caracas Diosdado Cabello, ya más sereno, enfundó su pistola. Y entonces, aquí, muy calmada la reunión terminó… término en nada.
Igual opino que tampoco dio muestras de madurez el presidente Petro por la manera como manejó el tema de la reforma a la salud y el consiguiente tema de la crisis ministerial.
En estos asuntos el país prefiere la continuidad, y dos crisis en esta materia en nueve meses, son una muestra de que se gobierna a saltos. Quizás ese sea un lapso perdido. Cada ministro vuelve y comienza; casi que desde cero, pues llega con una nueva visión de los asuntos. Salen ahora ministros de mucho peso y entran otros, desconocidos o más livianos.
Se pone en duda su capacidad operativa, la que viene siendo una de las falencias de este gobierno. Tal vez se hubiera superado este impase con la simple salida de la ministra Corcho.
Al contrario de la actitud de los niños que exigen las cosas ya, sin más reflexión o análisis, la madurez implica ponderar todos los pasos previos para obtener los resultados. Más en los asuntos del gobernar, en donde hay que hacerlo cumpliendo las etapas que establece la ley. Y Petro exige los resultados ya. Inclusive en ocasiones en contra de la misma ley.
Rompe el presidente la coalición, sin advertir que una relación frágil con el congreso debilita al gobierno. Por lo que yo llamo la Ley de la “Ecología Política” -todo entrelazado-, al saber eso los grupos armados aumentarán sus exigencias ante el gobierno. Y como este ha demostrado que es propenso a consentirlos, tendremos una seguridad cada vez más frágil.
Volviendo al “Eclesiastés”, este enseña lo que es el tiempo como “kairos”, o sea que no solo cuenta el tiempo material, sino que a este hay que auscultarlo uniéndolo a todas las circunstancias relevantes que lo rodean. Lo consignan así estas claras estrofas del sabio escritural: hay “tiempo de esparcir piedras y tiempo de juntarlas;/ tiempo de guardar y tiempo de desechar;/ tiempo de rasgar y tiempo de coser.”
Añadamos. Hay tiempo de destruir y tiempo de construir; tiempo de criticar y tiempo de gobernar; tiempo de pelear y tiempo de administrar.
Para cualquier gobierno ponderado más deberían contar, antes que los primeros, siempre los anteriores segundos tiempos.