Aspirar a ser más, génesis de todo progreso humano. Aspirar a ser más, génesis de tantas desgracias humanas. Y en este último postulado, los mejores ejemplos lo son la guerra y la guerrilla, las que  buscan destruir para vencer, y para ello se manipula a tantos seres humanos vestidos de soldados. “Feliz en el amor, Adán nos hubiera ahorrado la historia”, intuyó Cioran. Pero con los genes así, después los hombres  no han podido controlar su ánimo belicoso. En las bellas palabras de Virgilio, vamos siempre a la búsqueda de “un horizonte en permanente retirada.”
Es así como la manipulación suprema se ha dado con el uso de aquellos estupefacientes que potencian artificialmente las condiciones del combatiente. Los vikingos comían hongos; los espartanos mandrágora mezclada con vino; los ingleses les repartían ron a sus conscriptos para conquistar sus dominios; los soldados gringos en Vietnam abusaban de las anfetaminas; en Siria el gobierno repartía el Captagón, “la cocaína de los pobres”, del que se dice lo usaron hace unos días en Gaza los de Hamás, para impulsarse a proceder en la terrible reciente matanza.
También en nuestra historia hubo algo de esto. El abanderado y patriota José Maria Espinosa, con mucho aguardiente, en “El Patía” patuso, año 1815, guerra por la independencia, se mezcló sin darse cuenta en las filas enemigas españolas; y como los patriotas lo siguieron, triunfaron. Al otro día lo felicitaron. Pero fue sincero: “han debido felicitar al aguardiente”, escribió. 
El soldado republicano español, de nombre Juan Alonso, en 1937, durante la guerra civil, también refiere como se emborrachó con morfina, y peleó con tal garbo que lo ascendieron a capitán. No reconoce que a quien han debido ascender es a la morfina. En justicia. 
El podio en el uso de los sicoactivos en la guerra lo ostentan los nazis. En Alemania, por allá en 1920 se usaba mucho, y de venta libre, el estupefaciente llamado Pervitina. Con este “los mozos de mudanzas cargaban más muebles, los bomberos apagaban más fuegos, los peluqueros cortaban el pelo más rápido, los vigilantes nocturnos ya no se quedaban dormidos.”
Y como los soldados que la tomaban se convertían en algo así como “motores con alma”, los jefes hitlerianos resolvieron utilizar esa droga en la Segunda Guerra Mundial. Millonadas de pastas de Pervitina, y los soldados pasaban de largo sin dormir, combatientes permanentes y  nocturnos y de horas extras, más ágiles al disparar, decididos en la refriega, sonrientes, no obstante ser alemanes, y además militares y nazis. ¿Quién dijo miedo? Otto Ranke, científico hitleriano que investigó y mejoró el asunto, se pavoneaba diciendo que el ardor y la combatividad en el último cuarto de hora bien pueden definir el éxito en la batalla. La tal droga fue declarada por Hitler de “suprema importancia militar”.
El primer éxito de Pervitina se dio en Dunkerque, en 1940, en los comienzos de la Segunda Guerra Mundial. Allí el ejército nazi  acorraló a las tropas de Inglaterra y Francia, cuyos  ejércitos eran superiores a los alemanes en número de soldados, tanques y aviones.  Pero en solo nueve días, y Francia estaba a los pies de Hitler y el Imperio Británico se encontraba acorralado. Churchill,  a los tres días, tranquilizaba: toda ofensiva se detiene -aseguró- y es por el cansancio; luego vendrá nuestra contraofensiva. No contaba con Pervitina. Daladier, antes gobernante francés, no lo creía; cuando se lo confirmaron, no obstante que lo llamaban “el toro de Vaucluse”, se desmayó. Lo noqueó también la Pervitina.
Acontece, sin embargo, que el estupefaciente es, como toda droga, traicionero.  A un plazo mayor se complica. Viene el “guayabo”.  Y carbura menos. En la invasión nazi a Rusia los soldados comenzaron a presentar casos de  psicosis. Esquiva esa pastilla, de un lado, y fuerte el invierno ruso, del otro, los dos contribuyeron allí a la derrota de Hitler.
Como financiadora de la guerrilla -y ya en el caso actual nuestro -, aunque no la consuman y aunque los enriquezca, la droga deslegitima a los guerrilleros –si aún más ello fuere posible. Los convierte -además de nacionales- en delincuentes internacionales; los confunde con, y los vuelve socios de los narcos comunes; los conduce, a los comandantes, al gasto suntuario -francachelas, mujeres y whisky- del dinero fácil; les rebaja el pretendido idealismo a sus civiles simpatizantes; les dificulta las posibilidades del reclutamiento voluntario,  y contagia a la baja la moral de los guerrilleros rasos.
Así como para las hordas hitlerianas la droga fue un comandante efectivo al comienzo, y  al final lo fue un traidor, así lo ha sido y lo será para con esos otros sus servidores, nuestros guerrilleros criollos.