Diferencias, muchas, ideológicas las más, pero, al mismo tiempo muy claras las similitudes entre sus personalidades. De Nixon se sabía de su afición al alcohol. Se escabullía: en una ocasión desapareció once días, lapso en el cual nadie supo en dónde estuvo. Maltrataba a sus colaboradores. Los periodistas se preguntaban si no sufriría de otras adicciones. Reacciones impulsivas, le gustaba victimizarse. Hizo configurar una lista de sus más enconados opositores para ejercerles su venganza. Sus compañeros de universidad lo llamaron “Gloomy Gus”, el pesimista, el alarmista, el agorero, aquel que veía más el lado negativo de las cosas.

Ralph de Toledano tituló su incompleta biografía “Richard Nixon. Un hombre solo”. Y lo fundamenta. Sus amigos, que eran  muy pocos, estaban excluidos de su santuario personal y político. Para las decisiones, se replegaba y las tomaba en solitario. Las crisis las manejaba él solo. Esto lo resume así este autor: “un introvertido dentro de una profesión extrovertida”. Lo peor de Nixon fue su adicción a la mentira. En un momento de sinceridad le comentó a un asesor: “Lev, tú nunca tendrás éxito en la política porque no sabes mentir”. Los neurólogos explican esa adicción así: en la mentira ocasional, la amígdala, en el cerebro, avisa que no hay congruencia entre lo que se cree y lo que se va a decir. Si esto se repite la amígdala deja de advertir. Y entonces vendrán muchas más.

Con el presidente Petro, la opinión nacional se encuentra flotando en un cenagoso ambiente de mentira y de engaño. Desde la Presidencia salen las mentiras directas. Solo una muestra: el presidente colocó en su twitter la imagen destartalada de un hospital venezolano, haciéndola pasar por uno nacional, para argumentar en contra de nuestro sistema de salud. Valga una aclaración. Cuando se hace referencia a la mentira, el lenguaje coloquial se refiere solo a la transmisión de la misma a través de la palabra. No obstante, si la mentira tiene como finalidad el engañar, hay muchas otras actitudes, más sutiles, del presidente, que persiguen igual objetivo.

Cuando en público -en público-, regaña a los ministros, lo que trata de indicarnos es que él no tiene ninguna responsabilidad en los errores e ineficacias de sus colaboradores. Falso. El refranero antioqueño: “cuando la mula no puede con la carga le echa la culpa a la enjalma”. Las disculpas (una entre muchas: a Nicolás, “yo no lo crie”.  ¿Y los panamericanos?); bien se sabe que las disculpas son la falsa justificación de una falta. Discordancia entre lo que se dice y como se procede. Discurso de posesión, decálogo, punto 4: “dialogaré con todos y todas, sin excepciones ni exclusiones”. (Y ciertos gobernadores, ¿qué?) Añadió: “Y finalmente, uniré a Colombia”; (pero después se ha comportado como “la efervescencia embotellada y el enemigo de la concordia”). 

Otras grandes mentiras  lo son las venganzas de los poderosos, las que se justifican con razones de interés público. (Caso el metro de Bogotá). “El país necesitaba caridad y recibió rencores”. Y también el prejuicio, o sea el estar seguro de algo, pero con bases equivocadas, con lo cual se embauca a todo un país. Hitler, que fue su mago y maestro mayor,  proclamó el antisemitismo y así asesinaron a 6 millones. Petro los lleva, en contra del petróleo, el gas y los esclavistas empresarios privados. Fatídico.

Esas actitudes erosionan la confianza en el presidente. Se hace él a sí mismo una labor de zapa, ya que “gobernar es hacer creer”, según sentenció Maquiavelo. Hay un sentido de la injusticia: Grocio condenó la mentira como la agresión a un derecho. El artículo 20 de la Constitución se viola, en cuanto que este garantiza el derecho de “recibir información veraz e imparcial”. El infundio que viene desde arriba constituirá una coerción moral y política indebida hacia la opinión ciudadana. Y otra concomitancia. Cuando su hija Tricia -su hija-, ingresó al estadio de los Yankees, el locutor la saludó, e inmediatamente vino la rechifla total. “Vox populi, vox Dei”… Vox stadium, vox…