¡Cuán relativas son las cosas de la vida humana! Juan Ramón Jiménez, gran poeta, nobel de literatura, al referirse a su escritura -con esa su mano, suave poesía-, reflexionó: “La delicadeza es la mano derecha de la inteligencia.” Muy al contrario, Deonaty Leshun Wilder, campeón de los pesos pesados de boxeo, 43 victorias, dos derrotas y un empate, reflexionó: “mi mano derecha es un monstruo”.
La derecha es la mano preferida del cerebro: el 91% de los humanos la tenemos como dominante y solo el 9% usa como tal la izquierda. Por eso esta última es, en el ajetreo cerebral, una mano más bien discriminada, segundona, suplente, ayudante. Tal vez por eso, Norberto Bobbio sostuvo que la igualdad es el tema preferido de las izquierdas políticas. Algunos de ese 91% se han dedicado, con exageración, a menospreciar a la izquierda. Alfonso Fernández de Palencia, lexicógrafo del siglo XV, en su “Universal Vocabulario”, ensalza la derecha y descalifica a la izquierda: “dextrum es próspero y amable, mientras que sinister (siniestro, zurdo) significa damnoso (dañoso) y cruel”.
Aristóteles, en frase profunda y pertinente, asegura que la mano “es la herramienta de las herramientas”. Válido para el 91% de los humanos que tienen a la derecha como su mano principal. Como consecuencia de esa preferencia cerebral, la mano derecha ha realizado, desde los tiempos del homo sapiens, la mayor parte de los trabajos, lo que le ha conferido, desde hace más de 200.000 años, mayores cantidades de experiencia y aptitud. Se ha sentenciado: “la mano derecha es la que se afana, mientras que la izquierda poco hace y poco gana”. Como resultado, la mano izquierda, más descansada, es la que ensaya, es más nueva, algo torpe, busca indagar más allá de su precaria experiencia.
La mano derecha es lo tradicional, la continuidad, el respeto a la veteranía, al paso que la izquierda es rebelde a las normas de su vecina y trata de hacer las cosas de una manera diferente. Algunos se van por el centro: son los ambidiestros. En el boxeo, los púgiles zurdos son más peligrosos, ya que sus ataques llegan desde una dirección que su oponente considera, generalmente, poco natural. En los actos solemnes y en los rígidos eventos diplomáticos, a la derecha del principal se sienta quien le sigue en importancia, y al tercero en dicha condición le corresponde el lado izquierdo. Incluso Jesucristo, tan igualitarista, en el momento de su crucifixión, situó al buen ladrón a su derecha y al malo a su izquierda. Además, al primero le prometió el reino de los cielos.
Hasta los Santos Evangelios le dan la primacía. Así Mateo, capítulo 6 versículo 3, por boca de Jesús aconseja: “Que tu mano izquierda no sepa lo hace tu derecha”; (la que hace). Cuando algún colaborador es muy valioso, algo así como irreemplazable, se le elogia afirmando que “es como mi mano derecha”. En sentido contrario, si se quisiera disminuir a alguien, más bien torpe, se le nombraría como “mi mano izquierda”.
Miguel Ángel, en el techo de la Capilla Sixtina, pintó a Dios infundiéndole vida al hombre con el dedo índice de su mano derecha; y este, representado en Adán, la recibe, más bien incómodo e indiferente, con la izquierda. Lo cual indica que la derecha es también la mano preferida por Dios. En el desarrollo de las bellas artes, como en la escritura, la pintura, la música, es la derecha el vehículo primordial. En la escultura, la izquierda sostiene el cincel, pero el golpe preciso, configurador y artístico sobre el bronce, se da con el martillo en la mano derecha. En el saludo, para indicar que los que se encuentran están desarmados, se estrechan las dos derechas, pues darse las izquierdas, incluso entre los zurdos, se notaría como algo demasiado raro.
Las mismas definiciones ratifican esa natural primacía. Decimos “diestro” para significar dos circunstancias: que alguien está calificado para ejercer un oficio, y también diestro lo es quien utiliza de preferencia la mano derecha. Por último, y pasando a la inevitable política, en la historia universal los verdaderos estadistas, los constructores de pueblos, los artífices de toda política grande, realista y duradera, han ejercido -muy sensatos- el cuidado que exigen las reglas del tránsito: conserve su derecha.
Moderada y lenta derecha.