Según lo refiere la antigua mitología griega, estas dos mujeres, tan diferentes, eran primas, hijas de reyes espartanos. Helena, la esposa del rey de Esparta Menelao, infiel, fugada con el troyano Paris, la hembra más bella de su época, en “La Ilíada” se dice que antes de ese hecho, ella, Helena misma, tejía, premonitoriamente un tapiz que representaba la guerra de Troya, un siniestro que posteriormente ella habría de originar con su infidelidad y su fuga. Se entienden, así, las razones por las cuales algún poeta e historiador, aseguró que toda mujer bella habría de ser causa de muchas guerras y disputas entre los hombres. Como los animales machos entre sí, con las hembras, más o menos. En el otro extremo está Penélope, prima de Helena y quien llegó a Esparta para aconsejarla. Se vieron allí, Penelope y Ulises, se enamoraron a primera vista y se casaron. Éste partió a guerrear a Troya y anduvo veinte años ausente. Se afirma que Penélope era de una belleza diferente a la de Helena. Aquella, Penélope, mujer de apacibles tonalidades, tales como las de la fidelidad paciente, “que usa su inteligencia discretamente; que escucha, mira y registra esperando el momento oportuno para actuar… y sus manos de tejedora tan delicadas y ágiles. Hermosa sin proponérselo”.

Los pretendientes de Penélope, gorrones aposentados en su rica casa en la isla de Itaca, la creían viuda y la apremiaban, rudamente, a que se desposase con uno de ellos. Lo haré, les dijo, cuando  termine de tejer este tapiz. Para retrasar tal compromiso, con la añoranza por el  retorno de Ulises -el ausente siempre presente-, destejía en la noche lo hilado durante el día. Veinte años así pasaron. Y él, siempre nostálgico y peregrino, a ella retornó. Y así fueron cumplidas sus añoranzas. Penélope ha servido para darle muchos significados a la historia. Ejemplos sobran en la historia universal. Miremos solo dos. 

Uno, la escritura, que parece algo perdurable. Solo unos genios parecen sobrevivir. Pero también, todos, ellos igual, caerán en el olvido. No hay clásicos inmortales. Piénsese en las sensibilidades del año 3000. O en las de nuestra sucesora, la inteligencia artificial. El tiempo, Penélope, todo lo destruirá. Más sin embargo, al otro día otros seguirán hilando. Dos, los grandes filósofos, o son revaluados o de sus voluminosos  escritos solo quedarán breves frases. Como ocurre con Heráclito, tan mayor en el pensamiento. Pensamientos destruidos. Tal vez por eso Platón aseguró que Penélope era la metáfora del pensamiento racional. Más sin embargo, al otro día otros seguirán pensando. El hombre teje y el olvido desteje. La humanidad edifica y la naturaleza derriba. El tiempo es Penélope, la tela que teje es la historia y sus herramientas los hombres. Somos una mezcla de arquitectos y de demoledores que llevamos por iguales partes estas dos categorías, a los cuales la naturaleza les ayuda en su labor de construcción, destrucción y olvido. Y vuelta a empezar. Así la humanidad. Para ella todo objetivo será incierto. Un viaje con rumbo desconocido, en donde hay que esforzarse sin conocer una razón de fundamento suficiente. Ningún filósofo ha podido encontrar la finalidad de la historia de la humanidad, la razón de ser de ella, aquí. Servirá en algo este actuar de Penélope.

Para hacer hay que deshacer. Y tal vez Penélope, la hermosa y paciente, la devota y discreta, la constante desposada y aunque distante siempre prudente compañera, que en situación de desesperación esperanzada aguardaba el improbable regreso de su esposo Ulises, quizás Penélope nos otorgue la clave para explicarnos el sentido de eso del destruir para el construir, del deshacer para el hacer. Se destruye, paradojal eso, para continuar esperando que algo llegue. O se desteje para que no se cumpla el término y se conserve la esperanza y no se presente un final no deseado. O se destruye con la mirada puesta en otro final diferente. Se trata de laborar para la supervivencia de la esperanza, pero destruyendo. Se trata de contrariar al destino, y al tiempo también, mediante el despliegue de la esperanza a través de la destrucción de su trama.