Soy paciente psiquiátrico hace un poco más de 10 años. No siento vergüenza alguna en decirlo y, cuando hablo de esto, lo hago para desmitificar la medicina psiquiátrica y sacarla de los peligrosos linderos donde la cultura popular ha querido ligar la ‘locura’ y lo malsano con la enfermedad mental. Llevo varios años acudiendo con relativa frecuencia a psicoterapia, todo con el fin de poder identificar y gestionar las emociones que sobrevienen en el ejercicio propio o extraño de existir. Como los demás niños, aprendí que las emociones básicas son la alegría, tristeza, miedo, ira y asco. He fabricado duelos, proyectado mi carrera y he aprendido a no personalizar los hechos que me rodean.
Pese a esto y a buscar una forma madura de entender el mundo, encontré que en ocasiones es difícil guardar esa ‘uniformidad emocional’ aprendida en el consultorio del psicoterapeuta. Un ejemplo claro de esto sucedió el pasado día 12, con el comunicado de la Asociación Colombiana de Psiquiatría en el que alertó -o denunció, mejor- el “desabastecimiento de medicamentos vitales” para tratamientos de enfermedades mentales. De nuevo, sentí ira, miedo, tristeza y asco por la ineptitud e incompetencia del Ministerio de Salud y Protección Social y el Instituto Nacional de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos (Invima) frente a su labor de garantizar el correcto y constante suministro de medicamentos.
¿Qué tienen en la cabeza las personas que gobiernan estas instituciones que -por egos políticos- hoy juegan con los diagnósticos de las personas que requerimos tratamientos médicos constantes y consistentes? La misma página web del Invima indica que es “un instituto técnico, científico del orden nacional”, pero la realidad indica que ha sido administrada con desidia e ignorancia (política) por el actual Gobierno que, por 18 meses, no asignó un director en propiedad a este Instituto y que pasó de agache entre interinidades. ¿Y qué hizo el Invima para que no se registrara la mentada escasez de medicamentos clave en el tratamiento de enfermedades mentales? Nada, parece. Incluso, ya se conocen casos semejantes con la insulina o el mismo paracetamol que, creería yo, es la más popular y reconocida de las medicinas.
Hay que recordar que, en el caso de los tratamientos por enfermedad mental, el hecho de dejar de tomar los medicamentos de manera repentina puede traer consecuencias agotadoras para los pacientes, como recaídas o empeorar el diagnóstico. Además, la falta de medicamentos puede hacer que muchos pacientes desistan de sus tratamientos y abran un agujero negro en términos de su estabilidad. Si esperar meses por una cita y luego horas en un dispensario por un medicamento ya es dispendioso, saber que no hay medicinas es todavía más desalentador y decepcionante.
La escasez de algunos medicamentos psiquiátricos es algo que no solo sucede en Colombia. El aumento de la demanda, por ejemplo, para medicinas que tratan el trastorno por déficit de atención con hiperactividad tiene en vilo a miles de personas en el mundo, incluidos países industrializados con suministro de medicamentos aparentemente garantizado. Pero esto no es excusa ni justificación. El Gobierno, comenzando por el Ministerio de Salud y el Invima, debería tener un principio rector de previsión y prevención para evitar este tipo de situaciones. Pero, como ya es tradición desde agosto del 2022, aquí sucede todo lo contrario. Las crisis se agudizan de tal manera que demuestran la falta de liderazgo, de talante e integridad de quienes, se supone, deberían trabajar para resolver estos problemas.
¿Si no son capaces de blindar la provisión de medicamentos, cómo van a poder proveer por un buen sistema universal de salud vía reforma legislativa? Mientras tanto, los pacientes -o usuarios- esperamos con algo de fe débil que esto se resuelva de una pronta vez, a sabiendas que este tipo de ilusiones solo puede derivarse en decepciones, tristeza, ira, miedo e, incluso, asco. No sobra preguntarse qué tienen en la cabeza las personas que ahora campean en las batallas políticas promoviendo a rajatabla sus reformas a la salud de todos por medio de la asfixia del sistema. O, de pronto, en un arranque de sensatez y viendo el panorama de escasez de medicamentos y sus consecuencias, ¿saben los políticos del Gobierno de turno qué tenemos en la cabeza? A las claras, la respuesta es deprimente.