La vida me trajo a Londres para estudios de posgrado y me he encontrado con una dinámica que me causa atracción y envidia: los británicos han decidido traer la salud mental al centro de su conversación, no solo de políticas públicas, sino de vida ordinaria y diaria. Con el tiempo han reconocido que una mente sana trabaja, es productiva y solidaria, además de distinguir que la sobrecarga laboral, las madrugadas frustrantes o unas enormes filas por trámites no son aportantes al ideal de una sociedad tranquila y estable, esa por la que tanto trabajamos incansablemente, valga la paradoja aquí.  
Lastimosamente, y así sean chocantes las comparaciones, en nuestro país es al revés, con lo principal como segundo. Somos una nación adicta a sufrir por muchas vicisitudes, entre ellas, la falta de consciencia que tenemos sobre nuestras más profundas necesidades, vergüenzas y faltas, pues somos esquivos en ocasiones a lo que sabemos que debemos reformar.
Por esto y más, tener un sentido pobre de autocrítica nos lleva a sofocarnos en ideas tan infundadas como ser supuestamente uno de los países más felices del mundo. No creo que haya tal. Hay un país que quiere ser entendido; que pueda exclamar sus situaciones y sus problemas para ser comprendido. No todo esto debe ser visto desde lo global, sino desde la intimidad emocional de cada uno. Sin embargo, en Colombia aún nos pesa pedir ayuda, nos causa pena, como si mostrarse vulnerable fuera debilidad. Esta última es una idea errónea que ha hecho un daño incalculable, prima-hermana de la confusión que une la humildad con la pobreza.
Los datos, los años y los dolores han enseñado que la salud mental no puede ser menoscabada por el solo hecho de no representar dolores físicos notorios como una fractura o una cortadura, por esbozar una explicación, sino que se anida por años, como una enfermedad crónica que termina por debilitar la mente para, luego, hacer lo mismo con el cuerpo.
Por eso, cuando entré a la habitación que es mi hogar por mi tiempo de estudios, me reconfortó encontrar sobre el escritorio de trabajo un documento titulado “Emergencias, salud y apoyo de crisis”, en el que dice: “Si sientes que ya no puedes estar bien, o que incluso has tenido pensamientos perturbadores, como de suicidio, llama a apoyo estudiantil o a emergencias”. El mismo viene acompañado con un enorme flujo de recursos que buscan el bienestar del estudiante.
También ha sido agradable encontrar un apoyo específico para los estudiantes internacionales con el fin de hacerlos sentir rodeados y acompañados, sobre todo, en el shock cultural que significa cambiar de país.
La priorización que han hecho los británicos de su salud mental les ha llevado a respetarse los tiempos de descanso, a reformular la manera en la que piensan su periodo de trabajo; dejar de verse como unidades funcionales –como si fueran máquinas– para saber que después del negocio debe venir el ocio.
Los británicos entendieron que de primero debe ir lo primero y es la salud, como un todo. Lastimosamente, en Colombia, donde vivimos por el autosabotaje, preferimos de segundo lo primero, quizás, porque nos enseñaron que, si no sangra, puede esperar. ¡Primero lo segundo!