Hay cosas que difícilmente cambian. Hay otras que nunca lo harán. No sé cuál de estas dos premisas pueda aplicar a la priorización que dan los candidatos a la Alcaldía de Manizales y la Gobernación de Caldas a sus propuestas de salud mental en la región.
Los dolores de la mente se manifiestan siempre y tenemos algunas o pocas herramientas para reconocerlos y/o ayudar a quienes están pasando por momentos de fatiga emocional. Hay muchos que intentan remediar sus problemas refugiándose en el juego, el alcohol o las drogas, sin que puedan recibir mayor consejo sobre cómo afrontar estos problemas crecientes.
Pero no se trata de hacer un prolegómeno eterno sobre lo que es la salud mental y cómo entenderla cuando ya se ha escrito demasiado, pero poco se ha aplicado. Como sociedad, sabemos que existen casos constantes de suicidio en Manizales, por citar un ejemplo. Además, que hay lugares que no se han intervenido y donde existe un registro de personas que se han quitado la vida allí. Ya sabemos el problema, lo conocemos y lo padecemos bien. ¿Y dónde está la respuesta adecuada y eficaz?
Quien llegue a la Alcaldía de Manizales, tendrá que lidiar con los muy frágiles cimientos que deja la saliente administración, que tiene muy poco o nada que contar sobre sus esfuerzos en esta materia. Se necesita un alcalde que lidere comprometidamente y que no delegue una función de esta importancia a un secretario de Salud Pública que se puede marchar en cualquier momento y que luego necesitará de alguien más que reinicie sus programas a su manera.
No es justo entrar a alabar o criticar propuestas emitidas dentro de la misma vaguedad y los lugares comunes que son tendencia durante una campaña electoral. Sin embargo, sí genera algo de preocupación que haya candidatos cuyas propuestas siguen desconectadas de las necesidades en salud mental que tiene la población. Además, como sociedad recién superamos una pandemia que ha sido un clímax o punto crítico en nuestra elaboración emocional como individuos y como comunidad, y al oír a estos aspirantes, es como si nada hubiéramos aprendido.
Claro está que los recursos para el sistema de salud cada vez son más limitados y que el rango de acción de una alcaldía o una gobernación puede chocar de forma determinante con el muro que ha erigido la ley nacional ante el manejo de la salud y sus dineros mediante los diferentes regímenes existentes. Sin embargo, las correcciones efectivas están mayormente ausentes.
Quizás la bandera de la salud mental esté liderando hoy el debate público, pero ¿qué hacer para que más personas puedan confiar en el sistema de salud sus inquietudes emocionales o momentos críticos sin que se frustren en su primer intento? ¿Cómo un ciudadano podrá buscar una cita con un especialista en salud mental para abordar estas situaciones? ¿Cambiará la forma en la que los pacientes tengan acceso a sus medicinas, sin que eso signifique tener que apartar un día completo de agenda para poder ir a un dispensario de medicamentos a pasar horas y horas a la espera de un turno y donde el trato es perverso? ¿Cómo se puede sensibilizar a la población para que sea ayuda y no una condena?
Ahora, la salud no puede ser un vehículo de batalla para que algunos candidatos la exploten como mecanismo para lograr votos a sabiendas que posteriormente terminarán por olvidar las mil promesas que hayan hecho ante electores ilusionados. También, debe prevalecer un sentido de realidad que permita que los electores exijan a sus representantes que se cumpla lo prometido.
Parte del problema, creo, es la manera pasiva en que como ciudadanos observamos las decisiones que se toman alrededor nuestro. Y pasivamente no hemos exigido a alcaldes o gobernadores que hagan lo que les toca. Y sin exigencias, la salud mental, como sucede también con la cultura, son relegadas hasta convertirse en cenicientas de las cuales solo se acuerdan cuando se descuadra la caja regular de votos.