No es secreto para nadie que los esfuerzos de salud mental en nuestro país son tímidos hasta el punto de ser intrascendentes. Desde la perspectiva nacional, por más retórica que se haga, no existe una política pública y activa en protección de la vida.
En el plano local se han tenido fallidos intentos en campañas tan inadecuadas e inútiles como “La vida es bella”, que en realidad nada hizo en la reducción del suicidio y se dedicó más al color y al marketing, en lugar de abordar el problema desde la raíz.
Sin embargo, uno de los retos patentes que tiene la sociedad es cómo, desde el periodismo y los medios de comunicación, se debe contar o no el hecho de que una persona decida terminar con su vida. Si en el oficio periodístico existe siempre un grado alto de responsabilidad, al hablar de suicidio, el reto es aún mayor.
Las facultades y escuelas de periodismo deben llevar a sus clases de redacción de noticias el debate ético y profesional que significa reportar los hechos cuando estos se enmarcan en un suicidio. Así, los estudiantes deben debatir en sus seminarios académicos alrededor de escenarios ficticios o casos reales para formar el criterio que aplicarán una vez sean profesionales. Pero ¿qué hacer? ¿Cómo decirlo correctamente en medio de la fiebre del clic y de las métricas morbosas?
Existen varios parámetros que, por ejemplo, recoge la página Reporting on Suicide, en los que explica que no se debe sensacionalizar y especular sobre las razones que habrían llevado a una persona a dar ese paso. Bajo ninguna manera se debe reportar sobre el método usado, dar detalles y mucho menos juzgar a la persona.
Pero el punto no es plenamente la responsabilidad periodística. También es observar cómo ciudadanos, vecinos, amigos y familiares reducen las especulaciones y no recaen en el chisme para buscar saber las razones de un suicida. En cierta manera, el morbo que alimenta a las mentes ávidas de cadaverina es lo que lleva una terrible voz a voz que desdibuja el dolor hasta volverlo un rumor.
Por utópico que pueda sonar, se necesita un cambio en la manera de pensar sobre la muerte, pues a veces es típico que haya curiosos queriendo conocer detalles irrelevantes sobre la muerte de una persona. Quizás, de esa manera se pueda reconocer el cambio que necesitamos para que el dolor no se siga convirtiendo en bronca producto de quienes no se censuran en comentarios hirientes y morbosos.
También, porque es necesario que hablemos de la muerte. Esto para que la entendamos y podamos sentir su dureza como algo que nos viene a todos, pero sin los temores negacionistas, y aprendiendo de a poco a sortear con las condiciones de la fragilidad humana.
Lastimosamente, en Manizales y Caldas los índices de suicidio no parecen dar tregua. También, falta que haya una extensa concienciación alrededor de la enfermedad mental y, como se ha dicho tanto, para que la atención en salud mental no se trate de un acto de mendicidad a la espera de citas que obligan al paciente a esperar crisis tras crisis mientras ve todo deformarse y doler.
No se trata de normalizar el suicidio; se trata de entender que es un hecho que se sigue repitiendo en nuestro vecindario y que debe tomarnos preparados, no para ser fuente de chisme, especulación o prejuicio, sino para saber cómo aconsejar y reducir el ruido que solo aflora en el dolor.
La vida es bella, sí, pero, también, la vida es dura e inmisericorde y eso también hay que hablarlo.