Una vez escuché en una fila de banco a una persona sumida en el temor y el drama existencial porque el Kumanday (Nevado del Ruiz) “iba a explotar”. Ella esperaba que el cono volcánico expulsara enormes rocas envueltas en fuego hacia las poblaciones vecinas del volcán, además de grandes flujos de lava cuesta abajo que arrasara todo a su paso. Era su propio apocalipsis. Incluso, aún recuerdo, temía ella por la desaparición de Manizales. Su pánico también desafiaba las leyes de la física hasta creer que la lava podría subir las pendientes de la ciudad para quemarlo todo.
Ignoro si esa persona vio compulsivamente documentales o películas trágicas y de tono enloquecedor que la llevaron a pensar que Manizales y Villamaría, además de varios municipios de Tolima, se convertirían en una segunda Pompeya, pero hay algo claro: cuando las noticias sobre el comportamiento del volcán se hacen recurrentes, se crea una sensación de angustia colectiva sin fundamentos que hace que los datos verdaderamente importantes sean refutados por la sola existencia del miedo.
Es claro que la historia nos ha enseñado con dolor lo que es convivir con el Kumanday, sobre todo, con todos los despropósitos administrativos que se conocieron tras la enorme tragedia de Armero, Chinchiná y otros poblados en 1985. Pero la realidad es que ha faltado cabeza fría cada vez que se emiten noticias como las de los días pasado sobre la actividad volcánica. También nos ha faltado parar, escuchar, entender y comprender. El actuar corriente ahora es un mimetismo basado en el caos y la angustia.
Los psicólogos sociales Elaine Hatfield y John Cacioppo, en uno de sus muchos estudios y experimentos clásicos que realizaron en la década de 1970, mostraron que las emociones negativas, como la tristeza y el miedo, son especialmente contagiosas entre las personas. También pueden ser influenciadas por las emociones de aquellos que los rodean, lo que puede llevar a cambios en su propio comportamiento y nivel de estrés hasta el punto de generarles ansiedad y profundos sentimientos de miedo.
Se cuenta que, en uno de los experimentos, los participantes fueron expuestos a una grabación de una conversación telefónica entre dos personas en la que una de ellas estaba claramente disgustada. Luego, los participantes fueron puestos en una situación social en la que tenían que interactuar con otras personas. Los investigadores encontraron que los participantes que habían escuchado la conversación telefónica negativa eran más propensos a expresar emociones negativas y a reportar sentimientos de incomodidad y estrés en comparación con aquellos que habían escuchado una conversación neutral. Y así comienza una espiral de miedos que es difícil de contener.
50 años después, en Colombia, la situación se mantiene tal como la describían los psicólogos, pero aumentado exponencialmente por las cadenas de WhatsApp, la desinformación y un exceso de personas replicando sin verificación lo que reciben por redes sociales. Solo hay que mirar el caso irresponsable del señor José Félix Lafaurie, quien publicó la semana pasada una foto del volcán-nevado supuestamente en erupción y que la mantuvo de manera terca y obstinada para desinformar y creando pánico entre algunos.
También está el excesivo enfoque cortoplacista de los medios nacionales que no han logrado comprender qué es convivir con un volcán activo, como nos ha tocado a nosotros. Su narrativa remota, hecha desde escritorios en otras partes del país, lleva a millones a pensar que el desastre está inevitablemente por venir y el fin está cerca.
El contagio emocional es evidente con el drama propio de la reportería nacional que ama las locuciones sobreactuadas y musicalizadas hasta crear piezas propias de una ficción. Como lo dije en una columna tiempo atrás: al periodismo colombiano de radio y televisión le encanta narrar con dramatismo y caos. Ver noticieros, entonces, es un acto heroico y estéril que lleva al estrés y al pesimismo.
Pareciera que la tarea ahora es tratar de contener la angustia y cortar con el miedo. Se trata de entender que es un volcán activo y que cambios como los recientes son normales dentro de su actividad, sin perder de vista -de ninguna manera-, el plan que debe tenerse para evitar más tragedias. Por eso fue preciso el video de TikTok que se mofaba mostrando que mientras el país caía en la angustia por el cambio en el nivel de actividad volcánica, en Manizales detallaban el nevado como de costumbre.
Falta, eso sí, una comunicación clara, contundente y efectiva que explique desde lo básico sobre el tipo de erupciones que puede tener el Kumanday, así como las condiciones que se darían en un eventual episodio eruptivo. Con una cartilla oficial y su respectiva pedagogía, se podría desterrar a quienes van por ahí difundiendo lo que no les consta. No hay que esperar a una emergencia para hacerlo. Hay que terminar con esta angustia volcánica contagiosa.