Antonio Machado decía que se hace camino al andar. Sin duda, esa es la razón que me motivó a escribir este texto un día después de haber alcanzado la meta personal de caminar 1 millón de pasos en menos de tres meses. Caminar también es meditar, es encontrarse con cada uno cuando se hace de manera consciente y sin prisa.
Caminar es un placer, caminar es un encuentro personal. Caminar en compañía con una charla agradable es un plan inspirador y completamente subvalorado. Caminar tocando el aire cuando se desliza por el rostro es otra manera de sentir. Caminamos siempre hacia adelante, porque retroceder requiere de una prevención tal que lo hace todo tremendamente antinatural.
Estamos alineados para dar pasos, cortos o largos. También, para saltar barreras. Caminar es un resumen de la vida. En el encuentro con el camino recordamos que la locomoción es una forma de sacudirnos de la quietud. Caminamos cuando tenemos por donde caminar, pues, en muchos casos, no es fácil, bien sea porque el terreno es difícil o inseguro.
Probablemente, gran parte de haber logrado el objetivo del millón de pasos es porque Londres -donde resido- es una ciudad hecha para ser caminada. Su topografía mayormente plana da pie para tener extensas áreas de parques. Esto, sin dejar de lado el liderazgo que ha tenido la capital británica en la adopción de lugares para el esparcimiento y el significado moderno de incrustar un poco de naturaleza en medio de la ciudad.
Sin embargo, en Manizales y en muchas ciudades de Colombia, hacemos poco para que nuestros senderos peatonales sean realmente caminables. Quizás porque en muchas urbes de nuestro país caminar es un acto de fe, pues se torna en un ejercicio inseguro que arrebata todo romanticismo y ejercicio reflexivo al simple acto de moverse. En Colombia caminamos mirando hacia atrás, todo en aras de un paranoico sentido del cuidado.
Manizales debe apostarle más a ser una ciudad peatonal, aunque se conocen fácilmente los retos topográficos que se tienen. No se pueden echar en saco roto los bulevares que se han construido con los años para dar más espacio a los viandantes, por lo que procurar mantener áreas para la caminata y la recreación debe ser un credo y no la bandera de falsos políticos oportunistas que son incapaces de hacer su trabajo una vez se posesionan en el oficio.
Pero, antes, es necesario hacer de nuestros bulevares algo diferente a trampas mortales, con adoquines levantados por raíces arbóreas o cualquier otra razón. Liberar los espacios de caminata de barreras fijas o móviles debe ser un imperativo. Es una tarea que demanda, también, una conciliación con el uso del espacio público.
Querer una ciudad que se pueda recorrer y sentir no debe ser una utopía. Es una realidad que puede trabajarse con administraciones realmente competentes que se enteren de lleno de lo que pasa en Manizales y con ciudadanos que exigen tener senderos para poder transitar de manera armónica, además de estar en buen estado.
Algo tan básico como caminar debe estar en la filosofía del uso del espacio público y en el embellecimiento de los parques -cosa que ya no pasa en nuestra ciudad- para el disfrute de todos, por lo que crear rutas también para turistas y ciudadanos ordinarios es otra manera de hacer camino al andar.