Algunos badulaques que son incapaces de reconocerse a sí mismos como hombres, presumen de una burda patanería para defender su hombría. Mequetrefes del género masculino que no representan lo que se espera de un varón en el sentido castizo del término.
Atónitos hemos contemplado la aparición de una ralea humana que desdice y no representa la verdadera condición masculina. Estos “super machos”, ignorantes y presumidos, han creído erróneamente que un falo colgante entre sus piernas los hace superiores a la delicada belleza femenina, que la mano fortalecida en los malabares del destino le ha sido conferida para golpear la cristalina piel de una dama, que una voz grave conlleva el aval para silenciar la melodiosa sinfonía de una doncella o, que el ímpetu sexual de su miembro le da licencia para romper la preciada inocencia de una niña. ¡Miserables! Quien siembra placer en el sufrimiento femenino, amparado por una falsa superioridad natural, cosechará infortunios que acabarán con su vida.
Estos canallas deambulan por nuestras calles. Se satisfacen en las lágrimas de inocentes princesas que han confiado que estos trogloditas son cosa del pasado. Hermosas, quienes inocentemente esperan ser honradas y respetadas y quienes se han visto, inermes, obligadas a resguardarse tras una diminuta cámara para proteger sus vidas ante el violento atropello de que pueden ser víctimas.
Estos “machotes” olvidan que la verdadera fuerza no se centra en el daño que se puede infringir, sino en la vida que se puede proteger, en el auxilio que se puede dar o en la mano extendida que se puede brindar. Incapaces de reconocer su verdadera hombría, utilizan una actitud desafiante para agredir al más débil. Abusadores consumados que arremeten sin cesar hasta obtener su resultado y quienes en realidad son reprimidos sociales, que ocultan su impotencia e incapacidad para desarrollar relaciones maduras con un manto de miedo que extienden sobre sus víctimas.
Como hombre resulta imposible no sentir vergüenza por el grotesco comportamiento de estos mequetrefes que hacen de la fuerza, las agresiones, los insultos y la violencia, el lenguaje cotidiano para con las damas que iluminan nuestros días: esposas, hijas, abuelas, madres, hermanas o amigas que en muchas ocasiones se han visto obligadas a callar por temor de sus agresores. Estos personajes que en realidad son delincuentes se caracterizan por ser sexistas, discriminadores, hipócritas, falaces, traidores, tercos, dicotómicos, narcisistas y aunque suene paradójico, con baja autoestima, no dignifican el rol que se les ha conferido y presumen de aquello de lo que en realidad carecen.
Es el momento de hacer un alto y examinar cómo educamos a nuestros hijos. Estos pequeños que hoy se divierten en inocentes juegos serán los hombres y mujeres de la sociedad del mañana. Ellos interiorizarán nuestros comportamientos y los replicarán como parte de su proceso de aprendizaje. Para no repetir la triste experiencia de estos “super machos”, nos corresponde hacer de ellos seres humanos integrales, sensibles, tolerantes y pacientes, conscientes que ellos no son el eje del universo y que todos somos iguales, que no existen diferencias sino características y que el respeto por el otro no solo debe exigirse sino otorgarse.
Como hombres les debemos una sincera disculpa a las mujeres que nos amparan cada día. Sin ellas una lobreguez nos acompaña sin cesar y la soledad congela el corazón. Ellas son portadoras de la calidez del amor y mensajeras de la belleza de la ternura. No seremos jamás “super machos”. En su lugar seremos “super hombres”, respetuosos, amorosos, caballerosos, dignos y orgullosos del bello rol que la vida nos ha dado.