Mañana se cumplen ochenta años de la independencia oficial de la República Libanesa. Se conmemora el día con diferentes actos, internos y externos, en un país situado en la costa oriental del mar Mediterráneo, zona coincidente con la antigua Fenicia,  limitado por Israel, Siria y Palestina.
Durante 402 años, 1516-1918, estuvo bajo el dominio del Imperio Otomano; el final coincidió con la terminación de la II Guerra Mundial. A partir de allí, llegó la época bajo el protectorado de Francia, hasta su liberación para constituirse en un país autónomo.
La República de El Líbano es un país multicultural, evidenciado en muchas tradiciones y hechos modernos. Reconocido como un importante enclave en donde se observan estructuras antiquísimas como Baalbek y pueblos; templos romanos; culturas turca y francesa; varias religiones con fieles distribuidos a lo largo y ancho del país, quienes cuentan con diferentes centros de congregación para sus prácticas religiosas.
Definitivamente, el Líbano es el prototipo de la herencia fenicia, no sólo por el territorio sino por las costumbres de sus habitantes. Hoy el Líbano es un país que no tiene paz ni el esplendor de otras épocas; el terrorismo lo ha hecho presa de eventos dolorosos en lo humano y en lo material. 
Las pretéritas y reconocidas denominaciones del Líbano han dejado de tener vigencia; ya no es considerado un país de ensueños financiero y turístico por excelencia.  La agricultura sigue siendo bandera. Hay temor, aunque los libaneses observan estos hechos de diferente manera. 
Sin embargo, el orgullo de ser libanés o descendiente de ellos persiste.
Las asambleas familiares en donde se reúnen quienes poseen apellidos que los identifican como miembros de una tribu y agrupa, una paradoja, bajo las diferencias familiares a través de los enlaces con diversos miembros de la sociedad, son un canto a los ancestros.
Los libaneses tienen la característica, a diferencia de otras migraciones, de constituir nuevas familias con personas procedentes de otras etnias principalmente la nativa y lo que esta significa con sus ascendientes y descendientes de diversa procedencia.
Las familias de muchos linajes tienen interés en reunirse periódicamente con fines de renovar recuerdos y exaltar sentimientos, los cuales finalmente se integran y se vuelven indivisibles. 
La familia Aljure tiene varias ramas en Colombia, incluyendo las variaciones gramaticales del apellido, adoptadas por diferentes motivos, por quienes ingresaron al país entre finales del siglo XIX y principios del XX.  
No es ajena a la realidad la memoria de quienes teniendo el apellido Aljure han incursionado en diversas áreas de desempeño en Colombia. 
Las familias descendientes de Pablo Aljure Chedrawe, hijo de Bechara y Josefina, y Elena Licha Raad, hija de Habib y Mariana; procedentes de El Hadet, ingresaron casados, el 12 de enero de 1912 por Barranquilla, se congregaron para rememorar, desde la infancia hasta ayer, hechos que los identifican y unen.
La residencia en Girardot y el trabajo de comerciante de Pablo, la palabra de Pablo era sagrada, les otorgó un espacio que los llevó a constituir una familia que luego, hasta el fin de sus días, habitaron en Santa Rosa de Cabal. 
De ellos surgieron las ramas: Sefair-Aljure; Aljure-Saab; Licha-Aljure; Trujillo-Aljure; Raad-Aljure; Aljure-Ocampo. De ellos se desprendieron otras familias que están dispersas en Colombia y Estados Unidos de Norteamérica. 
Reencontrarse con la familia es un acto de humildad porque se añora a los abuelos, tías y tíos, todos fallecidos, en su plena dimensión, sin pequeñeces, con grandeza.
De una familia de agricultores y comerciantes, se desgranaron muchas con múltiples oficios que hacen que alrededor de Pablo y Elena se convoque el amor, el recuerdo de la entereza, sacrificio y visión de futuro. Todos de la mano de ellos, para llegar a buen puerto.