Mucho me indagan sobre los países que he visitado y amado y sobre los que deben figurar como primera opción para viajeros ilustrados, serios y amantes de la belleza, de la historia, de herencias milenarias y de ricas tradiciones. Mi respuesta obedece a mis conocimientos, mi escala de valores y mis experiencias. Así las cosas, Egipto es indudablemente el primer país que se debe visitar. Le siguen en estricto orden Grecia, Turkiye, India, China, Marruecos, Indonesia, España….Mi país preferido es Marruecos. Como es natural los países más grandes de la Tierra deben tener y tienen muchos y bellísimos escenarios naturales: Estados Unidos, Canadá, Rusia, Brasil… Hoy quiero hablar de la India, país cuyo solo nombre evoca magia, exotismo, rica historia y muchas bellezas naturales.
Comienzo con un detalle, nada banal: la belleza de las mujeres y con un “plus” (como se dice ahora): que permiten que se les hagan fotos. La espiritualidad de la inmensa mayoría de los indios me impacta, me emociona y me produce envidia. Hago una aclaración que quizás algún lector necesite: el gentilicio de los habitantes del país es indios. Hindúes es la palabra reservada para los que practican la religión del hinduismo. Así que hay indios no hindúes. Como profesor de literatura he enseñado con devoción los grandes clásicos de la literatura india. Los poemas épicos Ramayana y Mahabarata y los libros sagrados, los Vedas (los cuatro: Rig, Sama, Athava y Jayur) y los Upanishads. Dos autores indios figuran entre mis escritores importantes: el inmenso Rabindranath Tagore y Rudyard Kipling. El primero por su lirismo y delicada sensibilidad y el segundo por las historias de la selva que llenaron nuestra imaginación de niños con los relatos de Kim adoptados por el scoultismo.
Entre los indios universales, paradigma de la humanidad, figura Mahatma Mohandas Gandhi, al que considero como el segundo ser más importante que ha pisado la Tierra después de Jesucristo y si pienso que Henry David Thoreau, el pensador norteamericano que vivió dos años solo en una cabaña que se construyó al lado del lago Walden, es mi escritor preferido, debo reconocer en él la tremenda influencia de Gandhi, en su vida, en sus escritos y en las dos obras medulares que el norteamericano escribió: una, su diario “Walden” y otro, el ensayo titulado ”El deber de la desobediencia civil” en el que se respira el hálito poderoso del libertador de la India.
De la India me fascina la arquitectura de sus templos y palacios. Todos los habitantes de la Tierra queremos ir (o por suerte ya fuimos y queremos regresar) a admirar el más bello monumento que se ha levantado al amor: el Taj Mahal y a mojarnos en las aguas de un río sagrado en la ciudad de Benarés o Varanasi, el río Ganges, que en sus 2.500 kilómetros arrastra aromas de los dioses desde las lejanas cumbres de los Himalayas hasta el golfo de Bengala. En una reserva de las muchas que posee este país rico en diversidad natural en el planeta, pude conocer “in situ” a uno de los animales más bellos y poderosos de la Tierra, el tigre de Bengala. Montado sobre un elefante que con su ceremonioso y paquidérmico andar caminaba por el bosque sentí la tremenda alegría al ver cómo el felino apareció entre los matojos y daba vueltas alrededor de mi poderosa “cabalgadura”. India produce al viajero toda suerte de emociones y esta es una de ellas, sencillamente memorable.
Tendría para llenar páginas y páginas sobre este fabuloso país, cumbre de la ciencia, de la agricultura y de la democracia. Visitar la India es un deber de todo viajero ilustrado y buceador de trascendencias.