El pasado fin de semana Once Caldas mostró alguna idea de juego en Bucaramanga. Quizás contra la voluntad del entrenador Diego Corredor, como insinuó un analista del fútbol. Pero ese empate como visitante no acalla la silbatina con que la afición despidió al equipo después del partido precedente contra el Envigado. El triunfo no disimuló su desoladora incapacidad. Venía de perder, porque no fue capaz de empatar.
Un veterano periodista, que ha visto mucho más partidos que el entrenador y sabe de qué habla, cuestionó la pobreza del equipo ese día. Irguiéndose sobre su ego, éste respondió: “Usted es de una generación y yo soy de otra”. La de quienes nacen aprendidos, no necesitan leer, ni ver qué hicieron otros antes. Se llama Síndrome de Adán: con cualquier cosa que intenten hacer, así no la hagan, creen inaugurar una nueva era geológica y se comienza a escribir la historia. Callen los mayores: “Roma locuta, causa finita” (“habla Roma y termina la causa”).
Su misión es “romper paradigmas con resultados”. Así era el ‘acuerdo sobre lo fundamental’ de Álvaro Gómez: nunca se supo qué significaba. Desdeña el clamor colectivo por un futbolista, uno solo, que ponga a jugar el equipo. “El fútbol colombiano debe jugar a lo que se juega en Europa, la mentalidad debe cambiar”, afirma. Hasta risa da. No ha logrado que sus subordinados jueguen siquiera como en Colombia, para que lo hagan como en Europa.
Dos días después de la arrogante declaración, un director técnico que no conoce cómo es dirigir un equipo pobre, ni un pobre equipo, llamado Pep Guardiola, dijo: los “entrenadores estamos sobrevalorados sobre nuestra influencia. Los jugadores tienen libertad e intenciones. El juego les pertenece”.
El del Once Caldas, quizás por ser de otra generación, pretende imponer unas nociones sin tener la materia prima, ni aprovechar la que tiene. Parece querer moldear a sus dirigidos, tal y como se domestica un perro. Como si no pensaran, ni tuvieran habilidades propias. Eso lo ven muchos, pero como él es de otra generación, siempre tiene la razón; 10.000 personas están equivocadas.
Además de ignorar qué tiene, niega a los extranjeros, solo por serlo, oportunidades de mostrarse y desaprovecha a un arquero confiable. Eso es xenofobia. ¿Cómo puede estar seguro de que no le sirven, si no los alinea? ¿Por ser de otra generación es clarividente? Si lo fuera, habría notado que respalda incondicionalmente a otros futbolistas sin capacidades para ser titulares. A eso, en mi generación, lo denominaban “rosquero”.
Al mismo tiempo, se insiste en que los futbolistas deben creer en sí mismos. ¿Pueden lograrlo, cuando su entrenador no cree en ellos o cree que son lo que no son?
Desaprovechar el recurso humano por capricho, por favoritismos o por falsos nacionalismos, además de disminuir las posibilidades de éxito, es un acto de deslealtad con la empresa que le paga. Pone en riesgo el resultado, desvaloriza el patrimonio. Y lo induce a esperar que una ayuda divina llene sus vacíos: “Dios permita y me dé la opción de clasificar, pero con mi idea, no con la de ustedes”. Hasta ahora, su idea ha sido ganar de chiripa y perder por lógica.
Si bien no es sano sacar técnicos en mitad de campeonato, ya se sabe que el actual entrenador no es capaz con el Once Caldas. Resultó demasiado para él, no por presente, sino por nombre y organización. Su mentalidad de otra generación debe ser buena para Tunja o para Pasto, no para Manizales.
En teoría, hay equipo para clasificar. Pero para verlo en la práctica, se debe transitar un Corredor muuuuuuy largo.