Sin aquietarse aún las aguas nacionales después de la amenaza presidencial de convocar una Asamblea Constituyente, ahora plantea la redistribución política del territorio, con la eventual institución de once nuevos departamentos, quizás doce. Hasta ahora, no pasa de ser un repentismo más, el capricho del día, quizás olvidado mañana. Y, sin embargo, ya corren ríos de tinta, se esbozan teorías, se formulan hipótesis, se especula acerca de la cordura o descabello de la propuesta, que satisfacen el gusto por desestabilizar del Presidente X.

Más allá de si tiene el recóndito propósito de establecer “enclaves bajo control de petristas”, “un pasaje confortable para que Venezuela transite, con un gran oleoducto y una troncal vial especial, sus exportaciones/importaciones hacia o de China” o es “una venganza contra Antioquia”, según el periodista Eduardo Mackenzie, implicaría el destazamiento brutal de algunas regiones, con cierta lógica con el Departamento del Pacífico Sur, así cueste admitirlo.

Lo propuso Francia Márquez durante la campaña presidencial, pero como la hoy vicepresidenta carece de credibilidad y acabó con la simpatía que alguna vez pudo despertar, malogró una propuesta con mucho sentido. Se conformaría con las áreas costaneras habitadas por culturas negras, de tres departamentos con mentalidad andina, como son Nariño, Cauca y Valle del Cauca. Por ejemplo, Pasto es muy diferente de Tumaco y Barbacoas. En Popayán no saben dónde quedan Guapi, Timbiquí o López de Micay. Cali tiene más cercanía, por estar habitado por casi un millón de familias oriundas del litoral, aunque la mayor parte de caleños apenas sabe dar razón de Buenaventura, por estar allá los balnearios de Juanchaco y Ladrilleros.

El Pacífico Sur sería el único de los probables (o improbables) departamentos con unidad cultural y étnica, así albergue numerosas microculturas, todas fascinantes. Podría agregársele el presunto Obando o Norte del Cauca, también negro y con culturas vigentes. Del resto se vaticinaría su conversión en feudos de gamonalitos locales, en el mejor de los casos, o en Caguanes, en el peor. Se repetiría el antecedente de Caldas, con cuya creación fueron convertidos “a la fuerza enemigos en hermanos”, como afirmó hace más de un siglo Carlos Gärtner Cataño, primer congresista liberal por Caldas oriundo del occidente, antiguo Cauca. Luego de escasos 50 años de vida administrativa fue desmembrado y los tres departamentos resultantes apenas si suenan en el ámbito nacional. (Además, los zamparon en la horrenda e inexistente nación paisa).

La división territorial colombiana obedece a intereses políticos eternizados. La unidad comunitaria, con etnias y culturas incluidas, jamás fue tenida en cuenta, por la permanente ignorancia de los legisladores o por no coincidir con sus intereses. De no ser como son o de tener espíritu de servicio, hubieran visto que Colombia está conformado por siete grandes regiones y en las únicas en las cuales hay cierta coincidencia entre las fronteras políticas y las culturales es la Costa Caribe y en San Andrés y Providencia. En ésta, por su condición insular. Los eventuales nuevos departamentos serán más de lo mismo, con las excepciones señaladas. Ratificarían que “el Gobierno del cambio” es apenas un eslogan. La actual Administración privilegia con efectismos su falta de efectividad y apela a un método que combina secretismo, desinformación, pataletas, bravuconadas y amenazas.

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Adenda: Dayro Moreno bajó del pedestal de máximo goleador a Sergio Galván Rey y ambos anotaron la mayor cantidad de goles con el Once Caldas. Últimos exponentes de una capacidad ya extinguida, la de traer a grandes artilleros: Julio Ávila, Rubén Padín, Pedro y Vicente Gallina, Oswaldo Galarza, Oswaldo Pérez, Oswaldo Palavecino, Arnulfo Valentierra… Como las golondrinas de Bécquer, “esos no volverán”.