A juzgar por lo que se oye en Colombia y se lee del extranjero, la música está en vías de extinción. Por lo menos, la que se ha entendido por tal: la conjunción armónica de melodía, armonía y ritmo, con o sin un poema agregado. En la revista científica Science acaban de publicar un estudio adelantado en universidades de Alemania y Austria sobre la evolución de las letras en 352.320 canciones en inglés, grabadas entre 1970 y 2020. Medio siglo. Concluyeron algo que sabemos de sobra en nuestro país con las entonadas en español, pero desalienta, por comprobar que el mal no es exclusivo: los textos son cada vez más pobres. Se reducen a unas pocas palabras, repetidas a lo largo de la grabación.
Dejan al oyente la sensación de estar escuchando una letra prolongada; pero no, dicen lo mismo una y otra vez. Como frecuentemente son mal vocalizadas o las obnubila un ruidajo que llaman instrumentación, no se percibe el truco. Podría revivirse el dilema que surgió a la par con la ópera, por allá en el 1600: ¿qué es más importante: la música o la letra? Sobre lo cual han corrido ríos de tinta y caído aguaceros de notas. (Richard Strauss abordó el tema en su bella ópera Capriccio, estrenada en 1942). Hoy el asunto va más allá: además de la pobreza lingüística, los poemas de las canciones pop son ‘cojos’, abordan asuntos cotidianos, carecen de ideales o no inspiran reflexiones. Predomina el ‘yo’, convirtiendo a los intérpretes en protagonistas de las historias que cuentan, asumidas casi siempre con perspectiva negativa. Predominan la tristeza y la autodestrucción.
A propósito de autodestrucción, aquí debiera hacerse un estudio similar, sobre la mal llamada música popular paisa (¿el resto será impopular?) y el vallenato actual. Las letras suelen versar sobre machos de trapo incapaces de conservar a una mujer, a la cual vilipendian por ser ellos tan poca cosa, y se embrutecen con licor, embruteciendo aún más a una audiencia que las toma como guía de vida. Si se compara la amplia divulgación de esos bodrios con las cifras de suicidios, compositores e intérpretes podrían ir a la cárcel, al quedar incursos en el artículo 107 del Código Penal.
Por sí sola, la investigación hecha en Europa podría sugerir que se trata de una crisis de creatividad. Si se agrega una publicada hace varios años en la revista Scientific Reports, se revela una profunda crisis de la música: los estudiosos cotejaron más de 500.000 canciones compuestas entre 1955 y 2010. Encontraron creciente tendencia a la uniformidad, pues ya sólo se compone en tres notas. Las transiciones entre grupos de notas fueron disminuyendo con los años, se redujo la diversidad de timbres y se apeló a los mismos instrumentos. Las canciones se volvieron predecibles y aún sin escuchar la siguiente, se puede prever cómo será. Son cada vez más parecidas y se grabaron con volúmenes más altos. (El director de orquesta belga Paul Dury me dijo una vez: “Los músicos de hoy son incapaces de tocar tantos acordes por minuto como los de antaño”). En esa investigación también se advirtió del empobrecimiento del lenguaje.
Los estudios se centraron en la música comercial. La que más se oye, por desgracia. Porque todavía se compone verdadera música y hay letras con mensaje. Los mercachifles de la industria discográfica, los bufones que se autoproclaman directores artísticos, la voracidad de empresarios indolentes e ignorantes y la corrupción en muchas emisoras la convirtieron en música alternativa y debe buscarse por otros medios. Aún medio oculta, permite concluir que el sexto arte no agoniza. Es clandestino.