La reciente Encuesta Polimétrica, realizada por la firma Cifras y Conceptos, dejó muy mal parado al alcalde de Manizales Carlos Mario Marín Correa. Tras el escándalo de Liberland, sus desafortunados comentarios sobre Aerocafé y la entrevista con Yamid Amat (en la que demostró su carencia de liderazgo), su imagen es desfavorable en un 74% de los ciudadanos. Es, según el estudio, el peor alcalde del país.
Solo el 14% de manizaleños aprueban su gestión. Esas son 63.571 personas, de una ciudad con 454.077 habitantes; estos son 12.126 de sus electores desencantados (recordemos que él salió electo con 75.697 votos). Eso es un fiasco de administración. En los casi tres años que lleva como alcalde, Marín se ha visto obligado a cambiar su gabinete en 42 oportunidades; la mayoría de ellos por renuncias. Las cabezas de las secretarías no le creen, no se lo aguantan, no comparten su manera de hacer las cosas, no confían en su liderazgo, no apoyan su visión de lo que puede y debe ser Manizales.
Esto es lo que tiene a la ciudad sumida en caos institucional. La desconfianza hacia la máxima autoridad local es total y eso se ve reflejado en toda la cadena social. Si el alcalde no responde por sus desaguisados ¿por qué habría de hacerlo un ciudadano del común? Si sus principales aliados, como Arturo Espejo, dicen que Carlos Mario es un “bobo” que solo sabe hacer “bobadas”, ¿por qué debe respetarlo un paisano cualquiera? Si los gremios de la ciudad le retiran su apoyo públicamente, ¿por qué debemos creer en lo que diga y prometa Marín?
Carlos Mario, por su parte, alimenta su ego yendo a foros internacionales, haciéndose fotos con diferentes personajes y políticos, y postulándose a cuanto concurso de talento de alcaldes hay. Unos certámenes donde se mide la competencia de un gobernante a través de documentos y cifras (muchas veces amañadas), con los que ocultan su incompetencia sobre la realidad: abuso de autoridad, ciudad colapsada, obras sin avances, cero planeación, corrupción, nepotismo, pobreza… 
A pesar del descontento de los manizaleños, de las protestas, del evidente descuido en el que se tiene a la ciudad - al punto de no promocionar su Feria, ni al turista ni al local -, del cubrimiento mediático nacional e internacional que se hace de los errores y salidas en falso de Carlos Mario Marín, del palo que se le da en redes sociales, hay un 12% de personas que no saben quién es el alcalde.
Según Cifras y Conceptos, serían 54.489 ciudadanos los que desconocen o no les importa la existencia o lo que hace Marín Correa. Personas más preocupadas en lo suyo que en las veleidades del burgomaestre. El dato, al compararlo con los de pobreza extrema que dio el Dane sobre nuestra ciudad, tiene lógica: se estima que hay 33.000 ciudadanos en situación de alta vulnerabilidad, y cuyos ingresos no cubren sus necesidades básicas de alimentación. 
“Por cada 100 manizaleños, siete se consideran pobres. De ellos, seis no tenían suficientes alimentos para comer al menos tres comidas diarias (…) Manizales fue la ciudad y área metropolitana donde más aumentó la pobreza monetaria (tras la pandemia)”, reportó Manizales Cómo Vamos en su Informe de Calidad de Vida 2021. ¿Cómo pensar en el artista del concierto de la Feria o en si Liberland es un país o no, cuando se tiene hambre? 
En este gobierno Manizales se hizo más grande en desigualdad y pobreza. Desde su administración, Marín Correa avanza hacia el despeñadero, con unos cuantos funcionarios decentes tratando de atajarlo (si es que ya no lo abandonaron). Pero, obstinado y bruto, se sostiene en que las cosas marchan bien y que todo se soluciona con abrazos. Que los anuncios pueden esperar mientras a la gente se le entretiene con luces y figuritas; como buscando tiempo para esperar órdenes y acomodar sus fichas para el próximo cuatrienio.
Mientras haya hambre - física entre los pobres; de ambición entre los carlosmarios, los lizcanos, los castaños - nada frenará esta irremediable tragedia. Joseph Conrad lo escribió en El corazón de las tinieblas: “Ningún temor puede competir con el hambre. No existe paciencia capaz de acabar con ella, la repugnancia simplemente no existe allí donde hay hambre, y por lo que se refiere a la superstición, las creencias y lo que ustedes podrían llamar principios, no son más que hojas muertas que se lleva el viento”.