Tal cual el santo, este Juan Bautista nos bautizó en la edición de esta feria en el capítulo de arte y sentimiento. Y, de paso, nos administró la confirmación para enterarnos de una vez por todas que la lidia de los toros es una expresión humana capaz de conmover hasta la última fibra, sobre todo cuando se alcanzan cotas de belleza como las que brotaron de la fuente inagotable del torero francés.
Sí, no hubo trofeos. Da igual, porque esta fiesta no siempre se mide en cifras sino en obras. Y la de Jalabert fue mayúscula. Tanto, que tres horas después, frente a la pantalla del computador, las imágenes no terminan de rodar en un sinfín. Es esa misma memoria caprichosa que te queda y te marca, hasta resucitar en algún momento para volverla a vivir.
La faena - perdón, el faenón - tuvo etapas muy precisas y marcadas, con un toro de por medio al que le sobró bondad y le faltaron fuerzas. Y ese sí que fue un reto por la línea (la suavidad) que escogió el de Arles para hacerse al mando. Porque se obraba como enfermero para sostener las embestidas del animal o se sucumbía a la hora de buscar hacer el toreo por bajo.
Entonces, del largo capote con que Juan Bautista marcó territorio entre la variedad y el mando, incluso con cacerinas para sentirse con nosotros en familia, vino ese segundo tiempo. Aquel con la muleta en que hizo todo casi a media altura, y a veces un poquito más arriba, pero que le salió tan lento,, tan claro, tan limpio y tan de categoría, que olvidamos el pasado y nos metimos en su presente.
Abandonado, como quien se sumerge en su yo torero, las tandas de Juan Bautista se hicieron carteles de toros en secuencia, eso sí, bien diferentes. Y su disfrute fue el nuestro.
Dos pinchazos nos trajeron de vuelta al mundo real.
Aquel éxtasis y un gran quinto de la tarde fueron las cimas de una corrida de Santa Bárbara con presentación inobjetable. Con ese toro, Ramsés ligó series en las que el ejemplar jamás renunció a acometer con bravura, la cara abajo y un viaje largo. Su estela se premió con vuelta al ruedo, mientras el de Bogotá cosechaba una oreja, justa recompensa del palco para los dos protagonistas.
Ginés Marín también mereció una en el tercero de la tarde, al que resolvió con firmeza y poder, hasta montarse en él. Hubo decisión y cabeza para sacar adelante el barco en medio de lo que parecía condenado a ser una tormenta. Claro que merecía un apéndice, pero ella no se la negó el palco sino la espada que cayó baja.
Los demás - segundo, cuarto y sexto - sacaron notas bajas por andar más a la defensiva que en plan de mostrar sus condiciones. Igual, la tarde dejó mucho para contar y una huella honda, esa que ahora vuelve a pasar en el rincón de lo que no se va jamás.
Ficha de la corrida
63 Feria de Manizales
Segunda corrida de abono
Seis toros de Santa Bárbara
Muy bien presentados. Bravo y encastado el quinto, #812, al que se le dio la vuelta al ruedo. Noble el primero, aunque falto de fuerzas. El tercero, de menos a más. Los otros tres, por debajo del listón.
446, 452,448, 478, 460 y 460 kgrs
Juan Bautista
Rioja y oro
Dos vueltas al ruedo tras petición y saludo
Ramsés
Grana y oro
Silencio y oreja con petición de otra
Ginés Marín
Tabaco y oro
Vuelta tras petición y palmas
Detalles:
Resultó cogido Ramsés por el segundo de la tarde, con golpe en la cara, sin mayores consecuencias. Más de tres cuartos de plaza y tarde fresca.
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Dos pinchazos nos trajeron de vuelta al mundo real.
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