Isaías 49,1-6; Salmo 139; Hechos 13,22-26; Lc 1,57-66.80
Se habla tanto de humildad pero… ¿qué es la humildad? La palabra humildad viene del latín “humus” — “tierra”— y “humilitas” — “pegado a la tierra” —... Así, el “humilde” es aquel que se mantiene en un bajo perfil, quien tiene presente sus orígenes y actúa en consecuencia, quien se mantiene consciente de su proceso de crecimiento y sabe que hubo un día en que no podía valerse por sí mismo y que, ahora que puede, no debería engreírse, sino, más bien, abajarse.
El término “abajarse” disuena a nuestros oídos porque el mundo actual nos invita a “progresar”, sobresalir, mandar, gozar… mientras la humildad nos induce a la moderación, la obediencia y el acatamiento. Muchos jóvenes, y no tan jóvenes, sueñan con la fama, la apariencia y el poder de algunos deportistas, de las figuras de la farándula o de los miembros de la realeza: alimentamos sueños de poder, riqueza y placer desde la más tierna edad; nos llenamos de soberbia… pero, ¿a dónde queda el tan mentado principio de igualdad entre todos nosotros?
Dios nos llama como lo hizo antes con Isaías y con San Juan Bautista: “Te hago luz de las naciones para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”. Y nos señala la conducta correcta de humildad: empequeñecerse para que el otro surja. Juan el Bautista, el precursor del Salvador, dice: “Es necesario que yo disminuya para que Él crezca”; y más adelante, cuando le preguntan, ¿Tú eres el Mesías? , él responde que no y explica que “El que viene detrás de mí es más grande que yo. Es más, Yo no soy digno de desatarle las sandalias”. Actuando así vence sus deseos y sus gustos egocéntricos, triunfa sobre sus pasiones humanas, renuncia a sí mismo y toca la felicidad que vive quien se encuentra en estado de Gracia, con Dios en su vida y en su ser.
Juan es la voz, Jesús es la Palabra; Juan es la lámpara, Jesús es la Luz. Juan podría haberse quedado con sus discípulos, pero les señaló a Jesús: “Miren... —les dijo— ese es el Cordero de Dios, el que quita los pecados del mundo”. Juan el Bautista cumple su misión y muere, desaparece. Es verdadera sal, se diluye para dar sabor, se esparce y desaparece a nuestros ojos para poder salar a todo por igual. Humildad presente en el encuentro entre el Señor y su Creación; presente también en las acciones de compartir, de pedir y de alabar; humildad que humaniza y diviniza.
Un secreto de la verdadera felicidad es la humildad. La fama pasa, el poder pasa, el honor pasa; en realidad sólo queda el bien que hayamos hecho (ese bien que tiende a diluirse en el recuerdo), el amor que hayamos entregado (que se reparte y se disuelve entre los que fueron y se sintieron amados). Qué importante se vuelve entonces el que se abaja y se humilla. Quien no se exalta, ni engríe, sino que, por el contrario, reconoce sus límites y no olvida de dónde ha salido, cuál fue su punto de inicio. Muchas veces, quien sufre por alguna circunstancia en la vida, valora lo que tiene y comparte lo que ha adquirido, reconoce que todo le ha sido dado, hasta la vida misma: ¿qué tiene cada uno de nosotros que no haya recibido?
En los términos actuales del mundial del fútbol, se enfrentan dos equipos: el de la humildad contra el de la soberbia. ¿Estamos en el equipo de los humildes o en el equipo de los soberbios? ¿Quién ganará el partido?
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