¡El que quiera salvar su vida la perderá y el que pierda su vida por mí, la encontrará! Esta enseñanza de Jesús resulta muy incómoda para quien desea vivir alejado de la Verdad. Perder la vida, significa entregarla, donarla sin recompensa alguna, en el nombre del Señor. Ganar la vida significa buscar todo tipo de seguridad; acomodamiento; bienestar; “quien pierda su vida”, es decir, quien esté dispuesto a “morir por el otro”, la ganará.
Morir, toma forma cuando yo dejo de pensar en mí, en mis proyectos, en mis ilusiones y renuncio a lo que para mí tiene mucho valor y me asegura la vida. Esta realidad que asegura la vida, se identifica con todos los esfuerzos que hacemos para tener “dinero fácil”, prestigio, fama, poder, éxito. Si estos objetivos no se cumplen, se entra en la depresión, en la angustia, en la desolación; se pierde el sentido de cuanto hacemos y por consiguiente todo momento se vuelve tedioso, aburridor, melancólico, triste. Buscando soluciones rápidas, aparecen propuestas que hunden y destrozan la calidad del amor.
Perder la vida, por el contrario, quiere decir despojo de sí mismo, de mis propios proyectos y sueños: una mujer que se abre a la vida y decide no abortar, aunque todos se lo aconsejen e impongan; una mujer que prefiere estar con sus hijos en la casa, antes que se le desorienten; un hombre que lleva flores a la esposa pidiendo perdón; un hombre que en su trabajo no se convierte en cómplice ante la injusticia; un niño que siempre dice la verdad aunque sabe que será reprendido.
¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si malogra su vida? Es otra enseñanza unida a la primera. El mundo nos ofrece el poder, el placer y el tener como objetivos únicos en la existencia. Sin embargo, descubrimos que el ser humano se realiza amando. Amar en todo y servir en todo; allí experimenta el hombre la razón de su existencia.
El mensaje del santo padre el papa Francisco, propone un nuevo estilo de vida que hace a la persona más feliz. Su misma vida de humildad y sencillez, permiten descubrir a un hombre lleno de Dios que da su vida por las ovejas. Tenemos la oportunidad de recibirlo en nuestro país y escuchar su mensaje de vida. Es el papa, es decir, el papá, que viene a abrazar a sus hijos y a consolarlos en la aflicción. Es el rostro misericordioso de Jesús que dirige su mirada a todos los que sufren. Allí estamos también nosotros: dispuestos a perder la vida y a dejarnos matar por el otro. Unámonos más esta semana con motivo de la visita del papa Francisco y demos gracias a Dios por tan impagable beneficio.
Delegado Arquidiocesano para la Pastoral Vocacional y Movimientos Apostólicos
Jeremías 20,7-9; Salmo 62; Romanos 12,1-2; Mateo 16,21-27
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015