Pbro. Rubén Darío García Ramírez
“De lo que rebosa el corazón habla la boca”. Esta sentencia del Evangelio es luz para la existencia; el libro del Eclesiástico, incluido en la lista de los escritos sapienciales, señala que la persona se conoce por su manera de hablar: “La persona es probada en su conversación”: los temas que propone, los adjetivos que emplea, el estilo que usa para evaluar o criticar, sus quejas, el sentido de sus expresiones y hasta sus gestos… Podemos afirmar que cuando uno habla termina mostrando realmente quién es.
“El fruto revela el cultivo del árbol, así la palabra revela el corazón de la persona”. Revisemos cuidadosamente de qué hablamos y cómo lo decimos y veremos lo que hay realmente dentro de nosotros. “El fruto revela el cultivo del árbol”, en el hablar se descubre el proceso educativo que hemos vivido; de lo que decimos se puede deducir nuestro origen familiar, qué nos transmitieron nuestros padres, qué experiencias nos marcaron.
Cuando el corazón alberga soberbia, los tonos de voz suben y las palabras se convierten en dardos que hieren y matan; y si el corazón está sano, las palabras se proyectan dulces y sabias. Del corazón salen las buenas intenciones, la verdad, la sinceridad, las enseñanzas, los buenos consejos y orientaciones; pero también del corazón “salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias” (Mt 15,19). Por eso, “no elogies a nadie antes de oírlo hablar, porque ahí es donde se prueba a una persona”.
Ahora, “No sólo de pan vive el hombre sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios”: “Tanto amó Dios al mundo que le ha enviado a su unigénito Hijo para que el mundo se salve por Él”. El Verbo de Dios, hecho carne, vivió entre nosotros para enseñarnos cómo es Dios por dentro; mirar a Jesús es lograr ver la misericordia del Padre, su amor hasta el extremo por nosotros. “Cerca de ti está la Palabra en tus labios y en tu corazón”: “Quien escucha estas Palabras mías y las pone por obra, se parece a aquel hombre que ha construido su casa sobre roca, vino la lluvia y el terremoto y la casa no se ha caído porque estaba cimentada sobre la roca”.
Dice el Señor: “Estas Palabras que te digo hoy practícalas para que vivas feliz y prolongues tus días” (Dt 5,33). Él nos dio su Palabra, Jesucristo, para que fuéramos verdaderamente felices. Las enseñanzas de Jesús llevan consigo la vida y destruyen toda muerte en nosotros: “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Juan 10,10).
El modo de conocer a Dios es a través de su Palabra-Jesús. Verlo a Él y escucharlo es saber cómo es el Padre por dentro: “Felipe: Quien me ve a mí ve al Padre” (Cfr. Jn, 14,6).
Cuidemos pues que de nuestra boca salgan palabras de edificación, de consuelo y de fortaleza para nuestros hermanos. Desechemos toda palabra maldiciente, no maldigamos, que nuestra palabra sea de bendición, de agradecimiento y de alabanza, aún en los momentos de tribulación o de angustia, porque detrás de ellos se esconde un propósito divino de ayuda y crecimiento. Bien podemos seguir el ejemplo de nuestra Madre María: de su boca ha salido el Sí que ha permitido la salvación del mundo: “He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu Palabra”.
Director del Departamento de estado laical de la Conferencia Episcopal de Colombia
Eclesiástico 27,4-7; Salmo 91; 1 Corintios 15,54-58; Lucas 6, 39-45
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