Pbro. Rubén Darío García Ramírez
Vivir es un arte. No basta con ser arrojados al mundo, es necesario aprender a estar en el mundo, sin ser del mundo. Esto significa que hay una razón, un propósito, una misión, por la que debemos combatir diariamente. Quien pierde el horizonte de su existencia, quien pierde a Dios, pierde el sentido de su vida; es por esto por lo que el salmo nos ayuda a rezar diciendo: “Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato”.
Se necesita llegar a tener un corazón sensato para saber escuchar y reconocer la voz de Dios en el transcurrir de la vida cotidiana. Se trata de poseer la sabiduría, es decir, la capacidad de amar. La sabiduría es el mismo Jesucristo, porque sólo por Él, llegamos a ser capaces de amar. En este sentido la sabiduría = Jesucristo, es preferible a todas las riquezas que ofrece el mundo; más que la piedra más preciosa, porque tener la sabiduría es tener la perla única, necesaria para alcanzar la vida.
La sabiduría es más valiosa que la salud y la belleza, porque ella da sentido a la salud y a la enfermedad; quien llega a tener a Jesucristo en su corazón, es decir, en todo su ser, adquiere la máxima felicidad, porque todo se ilumina: “Tu luz Señor nos hace ver la luz”. El resplandor de la sabiduría no tiene ocaso, con ella “vienen todos los bienes juntos, quien la posee, tiene en sus manos las riquezas incontables”.
Por el bautismo hemos recibido la gracia mística y ella se hace operativa en nosotros cuando cumplimos lo mandamientos: “Amar a Dios sobre todas las cosas de la tierra; no jurar su santo nombre en vano; santificar las fiestas; honrar a padre y madre…” La gracia actúa en nosotros cuando no matamos, es decir, cuando no hablamos mal del otro, cuando no deseamos el mal a nuestro prójimo, cuando no juzgamos al otro. Esta gracia, opera en nosotros, cuando detestamos la mentira, cuando no robamos, cuando buscamos la pureza en todas nuestras acciones.
Cuando ponemos nuestro afán en acumular riquezas materiales; cuando insistimos en multiplicar goces y placeres mundanos, aún en contra del bienestar de nuestros seres queridos, realmente despreciamos la gracia y quedamos lejos del verdadero amor y sabiduría.
Si quieres ser perfecto, si deseas ser feliz, si quieres vivir toda tu existencia en vida eterna, “ve y vende todos tus bienes, da el dinero a los pobres y sígueme”- dice el Señor a uno que le pregunta por la vida. A propósito dice San Agustín: "Los bienes superfluos de los ricos son necesarios a los pobres. Posees lo ajeno cuando posees lo superfluo.” Aquí, la Palabra nos descubre la clave de la verdadera y plena felicidad: la verdadera riqueza está en Cristo Jesús. Los bienes del mundo son pues para disfrutar, compartir y para renuncia a ellos cuando están de más.
Esta es la misericordia del Padre: “¡Qué amor nos ha tenido!, cómo nos sacia todos los días dándonos a su Hijo Jesucristo y nos hace capaces de recibirlo y comerlo en la Eucaristía. Es por esto por lo que cada mañana le suplicamos con insistencia: “Padre, sácianos de tu misericordia”.
Con esta sabiduría, es decir, con Jesucristo en cada momento de nuestra cotidianidad, nuestras acciones adquieren fecundidad, sentido y belleza. No dudemos en pedir a cada momento que seamos capaces de amar lo que hacemos y hacer lo que amamos. Clamemos al Señor con insistencia: “Hoy, Señor, haz prósperas las obras de nuestras manos”.
Director del Departamento de estado laical de la Conferencia Episcopal de Colombia
Sabiduría 7,7-11; Salmo 89; Hebreos 4,12-13; Marcos 10,17-30
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