Pbro. Rubén Darío García Ramírez
Ante las realidades que diariamente nos agobian: preocupaciones por el sostenimiento de la familia, compromisos en los estudios, cumplimiento en el trabajo, pago de créditos, una enfermedad difícil de afrontar, una situación de resentimientos no resuelta, el peso de cada día, viene la Palabra de Dios a darnos fortaleza y descanso: “El Señor es mi Pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas”.
Es una Palabra que nos levanta, que nos alienta, que nos da la vida. Es cierto que al lado de gozos y esperanzas en el diario vivir, existen momentos de desencanto, de tormenta. No es fácil encontrar sentido a las adversidades, sólo por la fe pueden disiparse las tinieblas: “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu callado me sosiegan”.
No sólo personas, sino acontecimientos inesperados se vuelven también adversarios que instigan y obstaculizan, irrumpen en la cotidianidad y roban la paz: luchar por el alimento, pagar las facturas, lograr las metas en los negocios, enfrentar críticas, señalamientos y muchas veces juicios mal intencionados. Cada una de estas realidades trae oportunidades de crecimiento: “Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos, me unges la cabeza con perfume y mi copa rebosa”.
¡No estamos solos ni abandonados! El Señor es nuestro Pastor. En el ambiente natural de los rebaños y pastores, las ovejas están tranquilas cuando sienten que su pastor está cerca. Así, nosotros ante la Palabra del Señor: “No tengan miedo, yo estaré con ustedes todos los días hasta el final” (Mt 28,19), nuestro corazón debe alcanzar la paz y la confianza, nuestro ánimo puede sostenerse levantado: “Para quien ama a Dios, todo le sirve para el bien”.
¡No nos dejemos robar la esperanza ni la alegría!, fueron palabras del Papa Francisco en su visita reciente a Colombia; no podemos olvidarlas, ellas deben ser fuente de donde bebemos para encontrar sentido a todo lo que acontece en nuestra existencia. La felicidad se construye diariamente desde la pequeñez y la simplicidad. El importante es quien se hace último y servidor de todos, no necesita reconocimientos humanos ni fama ni prestigios. Valemos mucho para el Señor, “somos preciosos a sus ojos y nos ama” (Is 43,4).
Sentirnos amados, nos llena de fuerza diariamente. Los vacíos en la historia personal de cada uno son colmados por el Amor: “Tu bondad y misericordia me acompañan todos los días de mi vida y habitaré en la casa del Señor por años sin término”.
Con esta Palabra se nos confronta la vida misma. Fuimos creados para la felicidad, para que no nos muramos a causa del pecado (Sab 2,23-24). Jesús el Buen Pastor, en su cruz, ha destruido la muerte, salario del pecado y, por su resurrección, nuestros nombres han quedado inscritos en el libro de la vida (Jn 10,10; Rom 5,5; Fil 2,6-11).
Si en este momento estamos cansados, agobiados o sedientos, dejémonos conducir por el Buen Pastor a las fuentes tranquilas, a los verdes prados para reposar. El Señor Jesús puede reparar nuestras fuerzas, sanar nuestras heridas y restaurar nuestras rupturas.
Director del Departamento de estado laical de la Conferencia Episcopal de Colombia
Jeremías 23,1-6; Salmo 22; Efesios 2,13-18; Marcos 6,30-34
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