Pbro. Rubén Darío García Ramírez
Cada mañana al levantarnos, no alcanzamos a imaginar las situaciones que enfrentaremos durante la jornada; algunas cargadas con dulce aroma y otras amargas y desoladoras. Podrían llegar noticias tristes: una enfermedad, una preocupación económica; un evento preocupante con un hijo o una amenaza que hace pensar en la posible destrucción del hogar… realidades que conducen al desierto y hacen perder el hálito de vida.
En medio de tinieblas y oscuridades la Palabra de Dios nos llena hoy de cálida esperanza: “Alégrate, grita de gozo, disfruta con todo tu ser, porque el Señor ha expulsado a tu enemigo, Él está en medio de ti, no temas mal alguno”. “No temas, no desfallezcas, el Señor tu Dios está en medio de ti, valiente y salvador, te renueva con su amor”.
Estas palabras causan alegría, penetran e inundan nuestro ser, nos hacen exultar de gozo y nos llevan a proclamar con certeza: “Tú Señor eres mi Dios y Salvador, confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor, Él fue mi salvación”.
Este tiempo de Adviento está cargado de esperanza. Si fue un año pesado, si trajo tormentas y neblina, si no prodigó la felicidad que anhelábamos, si los frutos no fueron verdaderamente abundantes, entonces resuena la voz de Dios que nos llena de gozo y nos invita a comenzar un nuevo año con otra visión, con nuevas fuerzas y renovadas expectativas. No por sentimientos de autorrealización, sino por la presencia de la fe. Ella nos abre los ojos y nos hace ver el significado profundo del sufrimiento y el para qué de todas las circunstancias dolorosas experimentadas. ¡Tantos aprendizajes!
El Evangelio nos llama a convertir nuestra vida: “El que tenga dos túnicas que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida que haga lo mismo; no hagáis extorsión, no exijáis más de lo establecido, no os provechéis de otro con falsas denuncias, contentaos con la paga”. Esta conversión sólo es posible por el conocimiento y la aceptación de Jesucristo en nuestra vida.
Preparémonos pues para la Navidad: 1) Jesús nace en el hogar, éste es el sentido del pesebre que engalanará nuestra casa y ante él reflejaremos el estado de nuestro ser; 2) escojamos el árbol de la vida: vistamos el árbol en casa o en la oficina o en el centro comercial, con luces y frutos abundantes que representen la vida y nos recuerden que en cada gota de vida renace la esperanza de un mundo mejor; 3) recemos la novena pidiendo las gracias que necesitamos por los méritos de la infancia de Jesús; y, 4) disfrutemos en familia recuperando esos espacios que fueron relegados por la idolatría al dinero y al trabajo.
Juan el Bautista ha anunciado con poder al que viene: “Más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de las sandalias. Viene el que nos bautiza con Espíritu Santo y fuego”. Preparemos nuestra casa, nuestro ser, para que nazca Jesús.
No permitamos que entren la borrachera y el desenfreno. Encontremos en la reconciliación y en el perdón el más grande regalo de la Navidad. Ya viene, ya se acerca: ¡Qué inmensa alegría!
Director del Departamento de estado laical de la Conferencia Episcopal de Colombia
Sofonías 3,14-18; Salmo: Isaías 12,2-3; Filipenses 4,4-7; Lucas 3,10-18
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