Pbro. Rubén Darío García Ramírez
Nos colocamos hoy frente a un signo especial de los tiempos, porque celebramos el día de la familia de Nazaret, la cual hemos tenido en meditación desde el primer domingo de Adviento cuando comenzamos a preparar la Navidad; y al mismo tiempo llegamos al último día del año calendario.
El 2017 fue un año que nos obligó a enfrentar unas situaciones esperanzadoras y otras difíciles y angustiantes. Dentro de estas últimas hemos enfrentado con dolor los ataques contra la familia. Nuevos vientos de mentalidad han abierto “tipos de familia” que contradicen el plan divino. Los ataques contra la vida naciente y contra la vida terminal; la ideología de género que denuncia una clara injusticia contra la niñez; determinaciones jurídicas que se atreven a legislar sobre lo que va más allá de la jurisprudencia: el matrimonio.
Ha sido un año donde las cifras de maltrato infantil se han incrementado; la violencia hacia la mujer ha desembocado en casos concretos de feminicidio; las separaciones matrimoniales han alcanzado cifras no imaginadas en años anteriores; la decisión de no tener hijos se ha multiplicado y la sustitución de hijos por mascotas ha alcanzado niveles escandalosos. La formación sexual se ha deformado dando rienda suelta a todos los instintos; el trabajo y la producción han quitado espacios a la familia para compartir el tiempo; las redes sociales, siendo un progreso enorme, se ha transformado en un obstáculo para la comunicación intrafamiliar. Esto nos ha llevado al aumento de suicidios juveniles; pérdida del sentido de la vida; cambios profundos en la dimensión afectiva y, por lo mismo, detrimento del valor de la vida misma.
Ante esta realidad la Palabra de Dios viene hoy, al término del año y al comienzo del nuevo, a dar luz y esperanza. Nos ayuda a mirar la relación intrafamiliar como una oportunidad para pensar en la felicidad. Ante una cultura del descarte también de nuestros abuelos: abandono de los padres ya ancianos y “visión de estorbo” cuando ya no producen, la Palabra nos dice: “Quien respeta a su padre tendrá larga vida y quien honra a su madre obedece al Señor. Hijo, cuida de tu padre en su vejez y durante su vida no le causes tristeza; aunque pierda el juicio, sé indulgente con él y no lo desprecies aun estando tú en pleno vigor”.
Frente al “miedo” de tener hijos, la Palabra ilumina: “Tu mujer como vid fecunda, en medio de tu casa, tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa; esta es la bendición del hombre que teme al Señor”. Si recuperamos los valores fundamentales del Evangelio, tendremos hogares renovados y felices. Quienes son conscientes de su bautismo, llegan a tener el valor suficiente para defender la vida, tanto la naciente como la terminal: nunca aceptan el aborto ni la eutanasia; fortalecen los lazos familiares con compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia. Al interior del hogar aprenden a sobrellevarse mutuamente y a perdonarse cuando alguno tiene queja contra el otro. Por encima de todo reina el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta.
La familia que tiene a Cristo en el centro es capaz de enfrentar todas las situaciones difíciles que lleguen. El Evangelio señala cómo es posible esto, narrando la presentación de Jesús niño en el templo. Si cada hijo viene consagrado al Señor, su vida será luminosa, llena de bendición. Lo hemos celebrado en la noche de Navidad: “Él es la luz que alumbra a todas las naciones”. Es necesario recuperar nuestras familias. Recuperar la maternidad, darle el lugar justo al trabajo y al dinero, ellos están al servicio de la familia y no la familia al servicio del dinero. Nuestras relaciones pueden ser nuevas a la luz del amor que ha sido derramado en nuestros corazones y nacido en un pesebre. El Evangelio, es decir, la buena noticia, es anunciado a “quienes viven en tiniebla y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”.
Comencemos este nuevo año llenos de alegría y esperanza. Volvamos a mirar nuestras familias y arriesguémonos a construirlas de nuevo. La familia es la imagen de la Trinidad en la Tierra. Ella es la escuela del silencio, del amor y del trabajo. Ella es el lugar donde se nos puede enseñar a conocer a Jesús y por Él el verdadero amor. María es ejemplo para la mujer y José para el hombre, el niño Dios santifica el hogar. FELIZ AÑO PARA TODOS.
Director del Departamento de estado laical de la Conferencia Episcopal de Colombia
Eclesiástico 3,2-6.12-14; Salmo 127; Colosenses 3,12-21; Lucas 2,22-40
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