¿Cómo comenzaremos este nuevo año? Seguramente estaremos realizando balances y evaluaciones. Habremos vivido tiempos significativos cargados de enseñanza y de aprendizaje. Ningún acontecimiento ha sido vacío, inútil o sin sentido; nuestra historia transcurrida ha experimentado logros, desaciertos, incertidumbres, gozos, esperanzas. Nos hemos sumergido en aguas profundas, en ocasiones turbulentas y en períodos de calma y, sin embargo, en todas ellas nos ha acompañado una certeza: “Señor, tú eres nuestro Padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero, somos todos obra de tu mano”.
Tener presente esta Palabra nos aumenta la esperanza. La arcilla no se rebela contra su alfarero; por el contrario, acepta la forma que él quiere darle; a veces debe apretar para moldear y suavizar para embellecer. No obstante, la fragilidad sigue acompañando la obra y en todo momento podrá caerse y romperse. Lo importante es que el alfarero se ha preocupado por modelar entre sus manos lo que él ha concebido y está contento por el resultado que ha obtenido.
Comportarnos como la arcilla supone la humildad de dejarse dar la forma; la soberbia día a día opera con vehemencia para destruir u obstaculizar. Es necesario, entonces, clamar sin pausa: “Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia”. La prepotencia y el orgullo son como montes encumbrados áridos, sin agua, resecos, sin vida. La verdadera agua ha brotado de otra montaña, aquella del calvario, donde ha sido levantada la cruz y sobre la cual el “Humilde” ha expandido su amor destruyendo el “yo” enaltecido, porque “quien se humilla será ensalzado y quien se ensalza será humillado”.
En este nuevo año tendremos el riesgo de dejarnos cubrir por la neblina de la rutina y dormirnos; entonces cerraremos nuestros ojos ante la injusticia, ante el mal, ante la corrupción, ante el olvido del otro, ante una ideología de género que comienza a entrar en los hogares, ante los atentados contra la vida. Nos podremos dejar obnubilar por el apego a la riqueza, por la codicia de los bienes, por el afán del éxito, de la fama, del prestigio; entonces caeremos en la indiferencia y en el letargo de pasar días vacíos “hartos de todo y llenos de nada”.
Aquí viene a despertarnos esta Palabra como potente trompeta: “Velad, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a la medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos”. No sabemos qué pasará mañana, hoy es el momento oportuno para manifestar nuestro amor; para aprovechar mientras tengamos la luz del día, porque vendrá la noche: llegarán momentos difíciles inesperados, tormentas inevitables, huracanes incontrolables por nuestras propias fuerzas. Es ahí, cuando nos daremos cuenta que la fe es el tesoro más grande que hemos recibido. La Navidad, será la oportunidad para celebrar que Dios nos ha mirado con misericordia y no nos ha abandonado ante la muerte; ha decidido asumir nuestra historia en la persona de su Hijo Jesús, para hacernos ver dónde está el verdadero sentido de la vida. A través de Él nos muestra quién es el ser humano y cómo, por Él, podremos alcanzar la verdadera felicidad. En María la virgen, protagonista en este tiempo de Adviento, nos hace ver la alegría de obedecer al Espíritu Santo, la humildad de la esclava del Señor, la fe inquebrantable, la “feliz porque ha creído”.
Preparémonos para entrar en la Navidad con gozo y esperanza; que podamos ver la importancia de estar juntos, compartir en familia, descubrir el “regalo” del amor al rezar la novena y la oportunidad de manifestarnos el amor, aquí y ahora. Permitamos que la Palabra de Dios nos abra los ojos y podamos comenzar y transcurrir este nuevo año… “despiertos”.
Director del Departamento de estado laical de la Conferencia Episcopal de Colombia
Isaías 63, 16b-17.19b; 64,2b-7; Salmo 79; 1 Corintios 1,3-9; Marcos 13,33-37
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